Que te haga la guerra satanás,
bien directamente con sus malignas sugerencias, bien indirectamente por medio
del mundo y de nuestra naturaleza corrompida; que haga mucho ruido ese infeliz
apóstata; que te amenace, incluso, con tragarte: ¡no importa! El nada podrá
contra tu alma, porque Jesús ya la tiene estrechada a si y la sostiene
calladamente con su gracia siempre vigilante. Tranquilízate, hija querida de
Jesús, porque te digo la verdad: nunca en el pasado tu espíritu ha estado tan
bien como ahora. Y no llegues a creer que soportas tus sufrimientos como
reparación por culpas cometidas, pues es únicamente la acción del Señor, que te
aflige para adornar la diadema con las perlas que quiere para ti.
(19 de septiembre de 1914, a
Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 174).
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