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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Jesús niño te inspire


Jesús niño te inspire cada día más amor al sufrimiento y más desprecio al mundo; su estrella ilumine cada vez más tu mente; y su amor transforme tu corazón y lo haga más digno de sus divinas complacencias.
Con estos deseos muy sinceros, que, en estos días, repetidamente, voy presentando ante Jesús niño en tu favor, comienzo mi respuesta a tu última carta, que me llegó en su momento. Quiera Jesús escucharlos todos.
Me alegro del modo de actuar de la gracia en ti; y, al mismo tiempo que me congratulo contigo, me uno también a ti al bendecir a la piedad divina por tanta predilección como te manifiesta. Por tanto, ensancha tu corazón y deja que el Señor obre libremente. Abre tu alma al sol divino y busca que sus rayos benéficos disipen de ella las tinieblas con las que el enemigo con frecuencia la va obscureciendo.
Te recomiendo la obediencia sin razonamientos a quien ocupa el lugar de Dios. El alma obediente – dice el Espíritu Santo – cantará victoria ante Dios. Tente siempre por un absoluto nada ante el Señor. Y ten siempre gran estima de todos, y de modo especial de aquellos que aman a Dios más que tú; y alégrate de esto, pues, el amor que tú no has sido capaz de ofrecer a Dios, le viene dado por otras almas más queridas y más fieles a él.
 (Sin fecha, a María Gargani – Ep. III, p. 388)

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El anhelo de estar en la paz eterna


El anhelo de estar en la paz eterna es bueno, es santo; pero es necesario moderarlo con la completa resignación a la voluntad de Dios. Es mejor realizar el querer de Dios en la tierra que gozar en el cielo. Sufrir y no morir, era el deseo de santa Teresa. Es dulce el purgatorio cuando se sufre por amor de Dios.
Las pruebas, a las que Dios os somete y os someterá, son todas ellas señales de la predilección divina y joyas para el alma. Pasará, queridas mías, el invierno y llegará la interminable primavera, tanto más rica de bellezas cuanto más duras hayan sido las tempestades. La oscuridad que estáis experimentando es señal de la cercanía de Dios a vuestras almas.
 (11 de diciembre de 1916, a las hermanas Ventrella – Ep. III, p. 548)

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Tú me dices


Tú me dices que a causa de tu espíritu somnoliento, distraído, voluble, miserable, al que se suman muchas veces los disturbios físicos, no puedes resistir a permanecer en la iglesia más de una hora y media. No te apenes por esto, sólo evita las ocasiones, esforzándote en vencer toda molestia y todo aburrimiento y no canses excesivamente a tu espíritu con oraciones muy largas y continuadas, cuando el espíritu y la cabeza no se prestan.
Procura apartarte, entre tanto, durante el día, en cuanto te sea posible, y en el silencio de tu corazón y de la soledad ofrece tus alabanzas, tus bendiciones, tu corazón contrito y humillado y toda a ti misma al Padre celestial. Y así, mientras la mayor parte de las criaturas olvida la bondad del Esposo divino, criaturas hechas a su imagen, nosotros lo mantenemos siempre cerca, con esos retiros y prácticas.
 (19 de septiembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 174)

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Ten siempre ante los ojos de la mente


Ten siempre ante los ojos de la mente, como prototipo y modelo, la modestia del divino Maestro; modestia de Jesucristo que el apóstol, en palabras a los Corintios, coloca al mismo nivel que la mansedumbre, que fue una de sus virtudes más queridas y casi su virtud característica: «Yo, Pablo, os exhorto por la mansedumbre y por la modestia de Cristo»; y, a la luz de un modelo tan perfecto, reforma todas tus actuaciones externas, que son el espejo fiel que manifiesta las inclinaciones de tu interior.
No olvides nunca, oh Anita, a este divino modelo; imagínate que contemplas cierta amable majestad en su presencia; cierta grata autoridad en su hablar; cierta agradable compostura en su andar, en su mirar, en su hablar, en su dialogar; cierta dulce serenidad en el rostro; imagínate el semblante de aquel rostro tan sereno y tan dulce con el que atraía hacia sí las multitudes, las sacaba de las ciudades y de los poblados, llevándolas a los montes, a los bosques, a lugares solitarios, y a las playas desiertas del mar, olvidándose incluso de comer, de beber y de sus obligaciones domésticas.
Sí, procuremos copiar en nosotros, en cuanto nos es posible, acciones tan modestas, tan decorosas; y esforcémonos, en cuanto es posible, por asemejarnos a él en el tiempo, para ser después más perfectos y más semejantes a él por toda la eternidad en la Jerusalén celestial.
 (25 de julio de 1915, a Anita Rodote – Ep. III, p. 86)

miércoles, 30 de octubre de 2013

No des lugar en tu alma a la tristeza


No des lugar en tu alma a la tristeza, porque ella impide la libre actuación del Espíritu Santo. Y si, no obstante, queremos entristecernos, entristezcámonos entonces, pero hagamos de tal manera que nuestra tristeza sea santa, viendo el mal que se va expandiendo cada vez más por la sociedad hodierna. ¡Oh cuántas pobres almas van cotidianamente apostatando de Dios, nuestro bien supremo!
El no querer someter el propio juicio al de los demás, máxime al de quien es experto en las cosas en cuestión, es signo de poca docilidad, es signo muy manifiesto de secreta soberbia. Tú misma lo sabes y lo compartes conmigo; por tanto, date ánimo, evita las recaídas, mantente bien atenta ante este maldito vicio, sabiendo cuánto le desagrada a Jesús, porque está escrito que «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes».
 (26 de noviembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep.II, p. 245)

miércoles, 16 de octubre de 2013

Todos los sufrimientos de esta tierra


Todos los sufrimientos de esta tierra, juntos en un haz, yo los acepto, Dios mío, los deseo como mi porción; pero nunca podré resignarme a estar separado de ti por falta de amor. ¡Ah!, por piedad, no permitas que esta pobre alma ande extraviada; no consientas nunca que mi esperanza se vea frustrada. Haz que nunca me separe de ti; y, si lo estoy en este momento sin ser consciente de ello, atráeme en este mismo instante. Conforta mi entendimiento, oh Dios mío, para que me conozca bien a mí mismo y conozca el gran amor que me has demostrado, y pueda gozar eternamente de las bellezas soberanas de tu divino rostro.
No suceda nunca, amado Jesús, que yo pierda el precioso tesoro que tú eres para mí. Mi Señor y mi Dios, muy viva está en mi alma aquella inefable dulzura que brota de tus ojos, y con la que tú, mi bien, te dignaste mirar con ojos de amor a esta alma pobre y mezquina.
¿Cómo se podrá mitigar el desgarro de mi corazón, sabiéndome lejos de ti? ¡Mi alma conoce muy bien qué terrible batalla fue la mía cuando tú, mi amado, te escondiste de mí! ¡Qué vivamente grabada en mi alma, o mi dulcísimo amante, permanece esa terrible y fulminante imagen! 
 (17 de octubre de 1915, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 674)

miércoles, 2 de octubre de 2013

Camina siempre


Camina siempre, mi buena hija, al mismo paso, y no te inquietes si éste te parece lento; si tu intención es buena y decidida, no cabe más que caminar bien. No, mi queridísima hija, para el ejercicio de las virtudes no es necesario estar siempre, y de forma expresa, atenta a todas; esto sin duda enredaría y complicaría demasiado tus pensamientos y tus afectos.
En resumen, puedes y debes estar tranquila, porque el Señor está contigo y es él el que obra en ti. ¡No temas por encontrarte en la barca en la que él duerme y te deja! Abandónate totalmente en los brazos de la divina bondad de nuestro Padre del cielo y no temas, porque tu temor sería tan ridículo como el que pueda sentir un niño en el regazo materno.
 (18 de mayo de 1918, a María Gargani – Ep. III, p. 315)

viernes, 27 de septiembre de 2013

A 45 años de su muerte “Haré más ruido muerto que vivo”: Padre Pío


• En la Ciudad de México, varias parroquias promueven su devoción a través de grupos de oración.

El pasado 23 de septiembre se cumplieron 45 años de la muerte de uno de los santos contemporáneos más queridos de la Iglesia universal: el Padre Pío de Pietrelcina, cuya vida, apegada a la oración, el sacrificio y la pobreza, ha inspirado a la conversión de creyentes y no creyentes.

El Padre Pío sufrió los estigmas de Cristo, y era conocido en todo el mundo por el don de sanación y por “leer la conciencia” de quienes acudían a confesarse con él. El Papa Juan Pablo II lo conoció personalmente en 1947, poco después de su ordenación sacerdotal, y según rumores, el Padre Pío profetizó que aquel joven sacerdote sería un día Papa.



El culto en el DF

Actualmente, existen varias iglesias en la Arquidiócesis de México en las que se venera a este santo capuchino, entre ellas, la Catedral Metropolitana. En este recinto, dentro de la capilla que lleva el nombre de Nuestra Señora de los Dolores, se encuentra una escultura de bronce que fue entronizada y bendecida por el cardenal Norberto Rivera Carrera el 14 de octubre de 2012.

Al poniente de la Ciudad de México también se encuentra la Parroquia Inmaculada y San Pío, ubicada en la colonia las Águilas, donde cada primer jueves de mes decenas de fieles se reúnen ante una reliquia de primer grado del santo italiano para orar por las necesidades de la comunidad. Se trata de un pañuelo que utilizó el Padre Pío para proteger la llaga de su costado que le producía el estigma.

Otra parroquia en la que se le rinde culto es en la del Señor de la Resurrección, en la colonia Bosques de las Lomas, donde existe un gran grupo de oración conformado por decenas de fieles, quienes se reúnen los primeros martes de cada mes para orar frente a la imagen del Padre Pío y participar en diversas actividades.

Los Grupos de Oración

“Aquí se hace viva la frase que nuestro hermano: ‘haré más ruido muerto que vivo’, ya que gracias a su humildad y humanidad por los más débiles, tiene una gran devoción a nivel mundial. Basta recordar su canonización hecha por Juan Pablo II el 16 de junio de 2002, cuando una multitud abarrotó la plaza de San Pedro”, expresó Fray Wer, miembro de los Hermano Menores Capuchinos México-Texas, quienes trabajan arduamente difundiendo los Grupos de Oración del Padre Pío.

“Estos grupos constituyen una de las grandes obras de nuestro santo, surgida espontáneamente como derivación de su apostolado. El Padre Pío exhortaba invariablemente a sus penitentes y conocidos a la oración, la que él mismo practicaba con preferencia y perseverancia. Estaba convencido de que ‘la oración es la mejor arma que tenemos, es la llave que abre el corazón de Dios’”, mencionó Fray Wer.

En todo el mundo existen más de 300 mil Grupos de Oración certificados por el Convento y Santuario de Nuestra Señora de las Gracias en San Giovanni Rotondo, en Italia, y dos de ellos se encuentran en la Arquidiócesis de México.

Para promover aún más este regalo espiritual del Padre Pío, los Hermanos Menores Capuchinos de México-Texas han puesto en línea su portal www.padrepiomexico.org a través del cual se brinda atención a quienes quieren saber más sobre este santo italiano y ser parte de los Grupos de Oración.

“Aprovechamos las nuevas tecnologías para tener un mayor contacto con quienes necesitan de una oración o una palabra de aliento. Por eso también abrimos en Facebook nuestro perfil para ayudar en la formación espiritual y humana a nuestros hermanos. Ahí compartimos temas que los invitan a vivir las notables características del Padre Pío”, concluyó Fray Wer.

http://www.padrepiomexico.org/


lunes, 23 de septiembre de 2013

A 45 años de la muerte del P. Pío




El Padre Pío, aquel fraile capuchino que nació en Italia, es uno de los santos cuya vida extraordinario le hace ser conocido en todo el mundo, conquistando el corazón de millones de devotos. Su vida le hace ser uno de los más grades místicos de nuestra Iglesia y un gran ejemplo para nuestro tiempo.  Nuestro santo nació en Pietrelcina el 25 de mayo de 1887 y murió en San Giovanni Rotondo el 23 de septiembre de 1968.

Su vida, de 81 años, no sobresalió por una maravillosa inteligencia ni por logros humanos claramente medibles. Su vida fue obra de la gracia excepcional de Dios y de su respuesta admirable y continua, manifestada a través de signos sobrenaturales como los estigmas en pies, manos y costado que le acompañaron visiblemente durante 50 años.

Cómo fue la vida del Padre Pío? 
El Padre Pío, San Pío de Pietrelcina, no hizo sino recibir las gracias de Dios y dar respuesta a ellas mediante su vida de oración, sufrimiento y caridad. La grandeza de su vida, que le llevó a ser un gran hermano capuchino no fue otra que vivir el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. En concreto lo que encaminó al Padre Pío a vivir el amor radical a Jesús y a su iglesia fue:

1. Vivió su vocación de franciscano capuchino en una entrega total.  Desde niño, vivió una vida de oración y penitencia, de éxtasis y apariciones iluminada por la figura de San Francisco de Asís. El 6 de enero de 1903, con la bendición de su madre y un rosario que ésta le regaló, partió al noviciado de los Capuchinos. La pluma del P. Pío nos refiere que “había sentido desde los más tiernos años un fuerte vocación al estado religioso”. Fue un fraile ejemplar, tenía un gran amor a la oración y servía a sus hermanos como una madre. El P. Pío escribió: “¡Oh Dios! No dejes de hacerte oír cada vez más a mi pobre corazón y cumple en mí la obra comenzada por ti… Que Jesús me conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de San Francisco; que pueda ser ejemplo para mis hermanos, de manera que el fervor continúe sin cesar creciendo en mí, y me haga un perfecto fraile capuchino”

2. Tuvo a María como gran intercesora. La Stma. Virgen María recibía continuas muestras de afecto de Padre Pío. Desde niño rezaba el santo rosario y esta práctica le acompaño durante el resto de su vida. Pero no sólo rezaba él, sino que invitaba a otros a rezarlo con él. María se convirtió en la estrella que guío su vida y en la gran intercesora para llegar a su hijo, Jesús. El 21 de marzo de 1912, estando en Pietrelcina, a causa de la vista deteriorada, es autorizado a celebrar todos los días la Misa votiva de la Virgen María y sustituir el rezo del Oficio Divino por el rezo del Rosario. Cuántos rosarios rezaba el P. Pío? Difícil saberlo, pero por los testimonios, diríamos que de 12 a 15 horas las pasaba rezando el rosario. El P. Pío decía: “¡Amad a la Virgen y hacedla amar! Rezad el Rosario, rezadlo siempre. ¡Rezadlo cuantas veces podáis! El Rosario es la oración que hace triunfar sobre todo y a todos. Ella, María, nos lo ha enseñado así, lo mismo que Jesús nos enseñó el Padrenuestro”. 

3. Siguió a Jesucristo en su “misión corredentora”. Desde temprana edad y más claramente en el noviciado el P. Pío veía que su destino era la “misión grandísima” que el Señor le había encomendado. Y para conseguirlo, creía que su principal apoyo habría de ser su consagración a Dios mediante los tres votos religiosos y la ordenación sacerdotal. Su trato íntimo con Dios le proporcionó una profunda convicción  de lo que era esa “misión grandísima”. Para el P. Pío su misión recibida era: ”Liberar a mis hermanos de los lazos del pecado”; “Conducir a los hombres a la santidad”; “Poner fin a la ingratitud de los hombres hacia su gran Benefactor”. Cumpliendo la tarea recibida confesaba de la mañana a la noche, ofreciendo la misericordia de Dios. Celebraba humildemente la eucaristía, en cada misa celebrada, él subía al Calvario con Cristo crucificado. Recibía un sin número cartas y peticiones que atendía desde el amor de padre. Un punto culmen de haber aceptado la misión que el Señor le encomendó, fue la aparición de las llagas de Jesucristo en su cuerpo. El P. Pío fue otro Cristo que vino a salvarnos entregando su vida. El P. Pío escribió: “Cuando Jesús me quiere dar a entender que me ama, me hace probar las llagas de su pasión, las espinas, las angustias… Cuando quiere que goce, me llena el corazón de ese espíritu que es todo fuego, me habla de sus delicias. Pero cuando quiere ser amado Él, me habla de sus dolores, invitándome con una voz que es a la vez oración y mandato a ofrecerle mi cuerpo para aligerarle las penas”.

4. Experimentó la confianza y el amor de Dios Padre. El P. Pío es atraído a Dios por el soplo del Espíritu Santo y él se adhiere generosa y constantemente en fidelidad a este llamado. El P. Pío es un portento de la gracia de Dios, da gracias por su vocación y alaba a Dios por la misión encomendada. Vive como elegido y amado por Dios. Desde los cinco años se consagra personalmente a Dios, ofreciéndose sin reversas al Reino. A pesar de haber tenido una vida llena de enfermedades y sufrimientos, Dios fue su único Bien y supo cumplir la voluntad divina. Confianza y amor definen su relación con Dios. Y desde aquí quiso guardar a todas las almas de no caer en el pecado de no experimentar el amor y la misericordia de Dios. A cada persona que venía a él, le brindaba una palabra de consuelo, recomendando la oración y la vivencia sacramental. Desde la intención de ofrecer a los hombres el amor de Dios podemos entender mejor sus fenómenos místicos: son manifestaciones divinas para hacer presente el amor del Padre.  El P. Pío escribió: “Ser elegidos y señalados de entre una muchedumbre y saber que esta elección ha sido hecha sin ningún mérito nuestro por Dios desde toda la eternidad “ante mundi constitutionem”, con el único fin de ser suyos en el tiempo y en la eternidad, es un misterio tan grande y dulce que el alma, a poco que lo penetre, no puede sino licuarse toda de Amor”.

Dos grandes obras del P. Pío , que hoy en día siguen, son: 1) la “Casa Alivio del Sufrimiento”, considerada por nuestro santo como “la expresión de la caridad de Cristo a los enfermos” y 2) Los grupos de oración, “un hogar de amor, en el que Cristo está presente cada vez que los hermanos se reúnen para orar”. 

Conocer la vida de San Pío nos lleva a la conclusión de que Dios lo ha colocado en nuestra vida como faro de luz, como vela en la cima, para iluminar nuestro caminar por este mundo. Profundicemos en la vida del santo de Pietrelcina y acojámonos a su intercesión para vivir nuestra fe en la gracia de Dios, que nos llama a ser santos. Aprendamos del Padre Pío que desde la sencillez de vida podemos llegar a hacer grandes cosas por nosotros y por nuestro prójimo.  

Fr. Néstor Wer, OFMCap

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Levántate


Levántate, pues, Señor, una vez más y líbrame ante todo de mí mismo; y no permitas que se pierda aquel a quien con tanto cuidado y urgencia has vuelto a llamar y has arrancado de un mundo que no es tuyo. Levántate, pues, Señor, una vez más y confirma en tu gracia a los que me has confiado; y no permitas que ninguno llegue a perderse abandonando el redil.
¡Oh Dios, oh Dios!... no permitas que se pierda tu heredad. ¡Oh Dios!, manifiéstate cada vez más a mi pobre corazón y completa en mí la obra que ya has comenzado.
Oigo en mi interior una voz que de continuo me grita: Santifícate y santifica. Pues, bien, mi queridísima,  yo lo quiero, pero no sé por dónde comenzar.
Ayúdame también tú; sé que Jesús te quiere mucho y tú lo mereces. Háblale, pues, de mí; que me conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de san Francisco; que pueda ser ejemplo para mis hermanos, de modo que el fervor continúe siempre en mí y crezca cada día más, para hacer de mí un perfecto capuchino.
 (Noviembre de 1922, a las hermanas Campanile – Ep. III, p. 1005)

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Nuevo Grupo de Oración del Padre Pío


Nuevo Grupo de Oración del Padre Pío
México, D.F.

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Reunión informativa
Miércoles 18 de septiembre /  5:00 pm


domingo, 8 de septiembre de 2013

La devoción a san Francisco de Asís del Padre Pío de Pietrelcina




«Yo he cumplido mi parte: la vuestra os la enseñe Cristo»
San Francisco (2Cel 214)

El Padre Pío tuvo una devoción especialísima a san Francisco, cuyo nombre llevó desde el nacimiento, quizás porque llegaría un día a ser copia exactísima del mismo.
Al responder a la llamada divina, el venerado Padre dijo: «Señor, ¿dónde podré servirte mejor que en el claustro y bajo la bandera del Poverello de Asís?» (Epist. III,1007).

Con frecuencia tuvo visiones celestes en las que se le aparecía el seráfico Padre. Un día, refiriéndose a una de ellas, dirá: «Jesús, la Mamita, San José y el Padre San Francisco están casi siempre conmigo».
Entre las devociones para practicar diariamente, anotadas en los «Fragmentos de Diario», el Padre Pío, entre otras cosas, escribió: «Novena al Padre San Francisco» (Epist. IV,986).
El nombre de san Francisco aparecía casi siempre en las siglas con las que encabezaba sus cartas y, con frecuencia, en el cuerpo de las mismas. Durante muchos años celebró en el altar de san Francisco, en la antigua iglesita del convento.

El padre Agustín de San Marco in Lamis, en su Diario, describió la participación del Padre Pío en las celebraciones de san Francisco, Patrono de Italia, que tuvieron lugar en San Giovanni Rotondo en 1939. Emocionado, siguió la procesión de la imagen del Poverello desde la ventana del coro.
Desde el momento mismo en que abrazó la vida religiosa, intentó imitar al seráfico Padre. A Nina Campanile le pidió que orase a Jesús por él y escribió: «Háblale de mí, que me conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de san Francisco; que pueda servir de ejemplo a mis hermanos de religión, de modo que el fervor se mantenga en mí y crezca cada día hasta hacer de mí un perfecto capuchino» (Epist. IV,1010).
El Padre Pío propagó con entusiasmo el franciscanismo y su espiritualidad, y suscitó numerosas vocaciones a la vida religiosa y a la Tercera Orden.
Se preocupaba muy mucho de que las filas de los «Hermanos y Hermanas de la Penitencia» fuesen cada día más numerosas.

A Elena Bandini escribió el 25 de enero de 1921: «Trabaja con interés por la salvación de nuestros hermanos y da a conocer a todos el espíritu de san Francisco, que coincide plenamente con el espíritu de Jesucristo. La sociedad necesita renovarse y yo no conozco medio más eficaz que el que todos sean terciarios de san Francisco y vivan su espíritu» (Epist. III,1050s). Al conocer el resurgir religioso promovido a través de la Tercera Orden, se sintió contento y consolado. En relación a esto, escribió a Violante Masone: «He llorado de emoción, y en el silencio de la noche y el retiro de mi celdita he elevado mis manos al cielo bendiciéndoos a todas y presentándoos a Jesús y a nuestro común Padre san Francisco. […] No desistas de propagar la Tercera Orden y de promover en todos, por este medio, la verdadera vida. Da a conocer a san Francisco y su auténtico espíritu a todos. Grande es la recompensa que se te reservará allá arriba» (Epist. III,1079s).

Como san Francisco, el Padre Pío tuvo el don de los sagrados estigmas, y permaneció durante cincuenta años clavado a la Cruz, con Cristo, sufriendo indecibles dolores en el cuerpo y en el espíritu.

(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)

miércoles, 4 de septiembre de 2013

No te deben atemorizar


No te deben atemorizar las innumerables tentaciones que te asaltan de continuo, pues el Espíritu Santo anuncia al alma devota que, si se decide a avanzar por los caminos de Dios, debe disponerse y prepararse para la tentación. Por eso, ¡ánimo!, que la prueba cierta e infalible de la elección de un alma para su perfección es la tentación, en la que la pobrecita será puesta como signo de contradicción en medio de la tempestad. Que nos anime a soportar la dificultad la vida de todos los santos, que no estuvieron libres de esta prueba.
La tentación no respeta a ningún elegido. Ni siquiera respetó al apóstol de las gentes, que, después de haber sido arrebatado en vida al paraíso, fue tal la prueba a la que se vio sometido, que satanás llegó a abofetearlo. ¡Dios mío!, ¡¿quién podrá leer aquellas páginas sin sentir que se le hiela la sangre en las venas?! ¡Cuántas lágrimas, cuántos suspiros, cuántos gemidos, cuántas súplicas, no elevaba este santo apóstol, pidiendo al Señor que retirara de él esta dolorosísima prueba! ¿Y cuál fue la respuesta de Jesús? No otra sino ésta: «Te basta mi gracia... », «la virtud se perfecciona en la enfermedad, en la prueba».
 (4 de septiembre de 1916, a María Gargani – Ep. III, p. 241)

domingo, 25 de agosto de 2013

La devoción a san Pablo del Padre Pío de Pietrelcina




«Pablo, apóstol de Cristo Jesús
por disposición de Dios nuestro salvador
y de Jesucristo nuestra esperanza» (1Tm 1,1)

Para el Padre Pío, el apóstol san Pablo era el autor sagrado preferido. Con frecuencia acudía a su doctrina en las cartas que enviaba a sus hijas espirituales. A Raffaelina Cerase le comentó:
«Al leer sus cartas, experimento, mucho más que en los otros escritos, un deleite tan grande que no soy capaz de expresarlo con palabras (Epist. II,204).

Y le escribió además: «Al presentarle aquí el modelo del verdadero cristiano, mi guía será el muy querido apóstol san Pablo; sus dichos, llenos todos ellos de sabiduría celestial, me extasían, llenan mi corazón de consuelo celestial y hacen que mi alma salga de sí. No puedo leer sus cartas sin sentir como una fragancia que se expande por toda el alma, fragancia que se deja sentir hasta en lo más profundo del espíritu» (Epist. II,228).

El Padre Pío, en sus cartas, citaba y comentaba con frecuencia las frases más significativas de san Pablo, y, después de hacerlas suyas, las proponía como estilo de vida a aquellos que se apuntaban a su escuela.
En efecto, afirmó que «toda alma cristiana debería familiarizarse con este mensaje del santo Apóstol: “Mi vivir es Cristo” (Fil 1,2), yo vivo para Cristo Jesús, vivo para su gloria, vivo a su servicio, vivo para amarlo» (Epist. II,341).

Al exhortar a Raffaelina Cerase a fijar su mirada en la patria celestial y alejarla de los bienes terrenos, le escribió: «Escuchemos lo que el Señor nos dice al respecto por boca de su santo apóstol Pablo: “No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve” (2Cor 4,18); nosotros no miramos las cosas que se ven, sino aquellas que no se ven. Y es justo que contemplemos los bienes del cielo sin preocuparnos por los terrenos, porque aquellos son eternos y éstos son pasajeros» (Epist. II,190).

«Por lo que respecta a la mortificación de la carne, san Pablo nos advierte que “los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus vicios y sus concupiscencias” (Gal 5,24). De la enseñanza de este santo apóstol se deduce que el que quiere ser verdadero cristiano, el que vive en el espíritu de Jesucristo, debe mortificar su carne, no por otro motivo, sino por devoción a Jesús, que por nuestro amor quiso mortificar todos sus miembros en la cruz. Esta mortificación debe ser continua, constante y no a ratos, duradera como la vida misma. Más aún, el verdadero cristiano debe desear, no aquella mortificación rígida, sólo de apariencias, sino la que de verdad es dolorosa.

Así debe ser la mortificación de la carne, porque el Apóstol, no sin motivo, la llama crucifixión. ¿Que algunos nos podrían objetar preguntando por qué tanto rigor contra la carne? Insensatos, si reflexionasen atentamente en lo que dicen, se darían cuenta de que todos los males que padece su alma provienen de no haber sabido o no haber querido mortificar su carne como se debía. Si quieren curarse, allá en la raíz, es necesario dominar, crucificar la carne, porque es la causa de todos los males.

El Apóstol añade además que: «con la crucifixión de la carne va unida la crucifixión de las vicios y de las concupiscencias. Ahora bien, los vicios son todos los hábitos pecaminosos; las concupiscencias son las pasiones; y los unos y las otras deben ser mortificados y crucificados permanentemente para que no arrastren la carne al pecado: quien se queda sólo en la mortificación de la carne se parece al insensato que edifica sin poner los cimientos (Epist. II,204).

(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)

miércoles, 21 de agosto de 2013

Hace unos pocos días


Hace unos pocos días yo pensaba en lo que algunos dicen de las gaviotas, pequeñas aves, que hacen sus nidos en la playa del mar. Construyen sus nidos de forma redonda y se comprende que el agua del mar no puede entrar en ellos. En la parte superior del nido hay una abertura, por la que pueden recibir el aire. Ahí las gaviotas alojan a sus crías, que pueden nadar con seguridad y flotar sobre las olas sin llenarse de agua ni sumergirse. El aire que se respira por la abertura sirve de contrapeso y de balanza, de tal forma que los pequeños remolinos nunca terminan por volcar el nido.
Mis queridísimos hijos, ¡cómo deseo que vuestros corazones sean de tal forma que, por los lados, estén bien cerrados, para que, si los golpes y las tempestades del mundo, de la carne y del demonio os sorprenden, no logren penetrar dentro; y que no haya otra abertura que la de la parte del cielo, para aspirar y respirar a nuestro Señor Jesús.
Y este nido, hijos, ¿para quién estaría hecho si no para los polluelos de aquél que lo ha hecho todo por amor de Dios, llevado por sus inclinaciones divinas y celestes? Pero mientras las gaviotas construyen sus nidos y sus polluelos son todavía demasiado tiernos para soportar los golpes de las olas, Dios cuida y se compadece de ellos, impidiendo al mar que los sumerja.
 (18 de enero de 1918, a los novicios – Ep. IV, p. 366)

domingo, 11 de agosto de 2013

La devoción a santa Clara de Asís del Padre Pío de Pietrelcina




«Clara de nombre, más clara por la vida
y muy clara por las costumbres» 
(Tomás de Celano)

El sumo pontífice Juan Pablo II, en la visita que hizo a las clarisas del protomonasterio de Asís, el 12 de marzo de 1982, pronunció un discurso en el que, entre otras cosas, dijo: «Es muy difícil separar estos dos nombres: Francisco y Clara. Estos dos fenómenos: Francisco y Clara. Estas dos leyendas: Francisco y Clara».
Tampoco el venerado Padre Pío separó nunca, de la devoción a san Francisco, la devoción a santa Clara de Asís.

Se sintió fuertemente atraído por las virtudes de la Santa y, consciente de que la verdadera devoción consiste en la imitación, trató de reproducirlas en sí mismo y ponerlas en práctica.
La atención del Padre Pío fue cautivada de modo muy particular por el amor que santa Clara profesó a Jesús y a sus hermanas de religión. Un amor inmenso, ungido de humildad profunda, de confianza ilimitada y de fe  inquebrantable.

En una carta dirigida a Graciela Pannullo, terciaria franciscana, que, con legítimo orgullo, se consideraba «hija de san Francisco», el Padre Pío escribió sobre Clara de Asís el siguiente párrafo:
«Evocando las maravillas de aquellos tiempos, se me representa la amada primogénita del seráfico Padre allá, en el silencio profundo y solemne del austero refectorio, santa Clara, con sus humildes y penitentes hijas, que, al ritmo de la pobreza, cantan las notas breves y claras de la renuncia y del sacrificio. Las hermanas, colocadas cada una en su puesto, elevan la mente al Señor y esperan en paz... Entonces, la voz cristalina de la madre santa Clara entona el Benedicite. La mano virginal se eleva, lenta y solemne, para bendecir con gesto pausado, milagroso. En cierta ocasión, en el monasterio no había más que un solo pan y era la hora de la comida. El apetito laceraba el estómago de las pobres hermanas, que, aún habiendo superado todas las dificultades, no podían olvidar de forma permanente las imperiosas necesidades de la vida. En el apuro, sor Cecilia, la encargada de la despensa, recurrió a la santa abadesa y ésta mandó cortar el pan en dos mitades y mandar una de ellas a los hermanos que velaban por el monasterio y retener la otra y dividirla en 50 porciones, tantas como las hermanas, y colocar a cada una su parte, sobre la mesa de la pobreza; pero, como la devota hija replicara que serían necesarios los antiguos milagros de Jesús para que un trozo tan pequeño se pudiese partir en 50 porciones, la madre reiteró: hija mía, haz con confianza lo que yo te digo.

Se apresura la obediente hija a cumplir el mandato de la madre y no tarda la madre Clara en recurrir a Jesús para suplicarle con piadosos suspiros por sus hijas. Y entonces, por gracia de Dios, se multiplica el pequeño trozo de pan en las manos de la que lo parte y toca a cada una porción abundante».
Y después de describir otro hecho prodigioso con el que el Señor, en respuesta a la intercesión de santa Clara, vino en ayuda de «las que habían dejado todo por él», el Padre Pío concluye de este modo: «Pidamos también nosotros a nuestro amado Jesús la humildad, la confianza y la fe de nuestra amada santa; como ella, oremos con fervor a Jesús, abandonémonos confiadamente en él, apartándonos de esta máquina engañosa del mundo donde todo es insensatez y vanidad, todo pasa, sólo Dios queda para el alma, si ha sabido amarlo de verdad» (Epist. III,1090s).

La espiritualidad del Padre Pío, que es considerado el san Francisco de nuestro siglo, basada toda ella en el amor, imitó la espiritualidad de santa Clara, «la humilde plantita» del Poverello de Asís.
Y éste fue el fruto más bello de esta filial devoción.

(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)

miércoles, 7 de agosto de 2013

¡Mi alma...


¡Mi alma está totalmente volcada en el cuadro evidente de mi miseria! ¡Dios mío!, que yo soporte tan triste espectáculo; que se retire de mí tu rayo de luz refleja, porque no resisto contraste tan evidente. Padre mío, yo veo toda mi maldad y mi ingratitud en todo su esplendor; veo agazapado a mi hombre viejo, herido en sí mismo, que parece querer devolver a Dios su ausencia, negándole todos sus derechos, cuando el dárselos es su obligación primera. ¡Qué fuerza se necesita para sacarlo de ahí! ¡Dios mío, ven pronto en mi ayuda, pues tengo miedo de mí mismo, pérfida e ingrata criatura para con su creador, que la protege de sus poderosos enemigos!
No supe aprovecharme de tus espléndidos favores; y ahora me veo condenado a vivir en mi impotencia, encorvado sobre mí mismo, extraviado, mientras tu mano me va aplastando cada vez con más fuerza. ¡Ay de mí! ¿Quién me librará de mí mismo? ¿Quién me sacará de este cuerpo de muerte? ¿Quién me tenderá una mano para que no me vea envuelto y engullido por el inmenso y profundo océano? ¿Tendré que resignarme a ser apresado por la tempestad que me acosa cada vez más? ¿Será necesario que pronuncie el hágase ante el misterioso personaje que me dejó totalmente llagado, y que no desiste en su dura, áspera, aguda y penetrante actuación, y que, sin dejar tiempo para que cicatricen las llagas antiguas, ya está abriendo sobre ellas otras nuevas con infinito desgarro de la pobre víctima?
¡Ay!, padre mío; ¡venga en mi ayuda, por caridad! Todo mi interior llueve sangre, y con frecuencia la mirada tiene que resignarse a verla correr también por fuera. ¡Ah!, ¡cese en mí este desgarro, esta condena, esta humillación, esta confusión! No tengo fuerzas para poder y saber resistir.
 (17 de octubre de 1918, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 1089)

domingo, 28 de julio de 2013

Devoción a san José del Padre Pío de Pietrelcina




«José se levantó, tomó al niño y a su madre y huyó a Egipto» (Mt 2,14)

El Padre Pío admiró siempre la altura espiritual de san José. Imitó sus virtudes y recurrió a él en los momentos más difíciles de su vida, obteniendo siempre gracias y favores celestiales.

Él, como san José, aún sin serlo en el orden natural, se sentía padre y era consciente de los derechos y deberes de su paternidad espiritual. Por este motivo, se dirigía con confianza a este santo, para suplicarle por sus hijos e hijas espirituales. «Ruego a san José que, con aquel amor y con la generosidad con que cuidó de Jesús, custodie tu alma, y, como lo defendió de Herodes, así proteja tu alma de un Herodes más feroz: ¡el demonio!». «El patriarca san José cuide de ti con el mismo cuidado que tuvo de Jesús: te asista siempre con su benévolo patrocinio y te libre de la persecución del impío y soberbio Herodes, y no permita jamás que Jesús se aleje de tu corazón».

Y san José correspondió al Padre Pío con una asistencia singular y con visiones extraordinarias. En efecto, el Siervo de Dios, en enero de 1912, confió al padre Agustín de San Marco in Lamis: «Barbazul no se quiere dar por vencido. Se ha disfrazado de casi todas las formas. Hace ya días que viene a visitarme con otros de sus satélites, armados con bastones e instrumentos de hierro, y lo que es peor bajo su propia forma. ¡Quién sabe cuántas veces me ha tirado de la cama arrastrándome por la habitación! Pero, ¡paciencia! Casi siempre están conmigo Jesús, la Mamita, el Angelito, San José y el padre San Francisco» (Epist. I,252).

Al mismo padre Agustín escribe el Padre Pío, el 20 de marzo de 1921: «Ayer, festividad de San José, sólo Dios sabe las dulzuras que experimenté, sobre todo después de la misa, tan intensas que las siento todavía en mí. La cabeza y el corazón me ardían, pero era un fuego que me hacía bien» (Epist. I,265).
El padre Honorato Marcucci, uno de los asistentes del Padre Pío en los últimos años de su existencia terrena, contaba este episodio.

Una tarde del mes anterior al de la muerte del venerado Padre, se encontraba con él en la terraza contigua a la celda n. 1, esperando para acompañarle a la sacristía para la función vespertina. Era un miércoles, día consagrado a san José, y el Padre Pío no se decidía a moverse. De pie ante un cuadro del glorioso Patriarca, apoyado en la pared, el venerado Padre parecía en éxtasis. Pasado un poco de tiempo, el padre Honorato le dijo: Padre, ¿debo esperar todavía?; ¿nos hemos de ir?; vamos con retraso». Pero sus preguntas quedaron sin respuesta. El Padre Pío seguía contemplando al glorioso Patriarca.
Al fin, después de que el padre Honorato le arrastrara del brazo y le repitiera por enésima vez la pregunta, el Padre Pío exclamó: «Mira, mira, ¡qué bello es San José!».
Se dirigieron a la sacristía.
En la sala «San Francisco» encontraron al padre sacristán, que les preguntó: «¿Cómo con tanto retraso?».
El padre Honorato respondió: «Hoy el Padre Pío no quería separarse del cuadro de San José».
El Padre Pío no dejaba pasar una sola oportunidad sin invitar a sus hijos espirituales a cultivar una sincera y profunda devoción a san José, fuente siempre rica de enseñanzas, de consuelo y de favores.
Parece escucharse todavía hoy su voz: «Ite ad Joseph! (Gn 41,55). Id a José con confianza absoluta, porque también yo, como santa Teresa de Ávila, “no recuerdo haber pedido cosa alguna a San José, sin haberla obtenido de inmediato”». 

(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)

miércoles, 24 de julio de 2013

En mis oraciones y en la santa misa


En mis oraciones y en la santa misa pido continuamente muchas gracias para su alma, y pido de modo especial el santo y divino amor. Este amor es todo para nosotros; es nuestra miel, mi querido padre, en la cual y con la cual deben ser endulzados todos nuestros afectos, acciones y sufrimientos.
¡Dios mío!, ¡mi buen padre!: ¡Cuánta felicidad en nuestro reino interior, cuando ahí reina este santo amor! ¡Qué felices son las facultades de nuestra alma, cuando obedecen a un rey tan sabio! Bajo su obediencia y en su reino, él no permite que haya pecados graves y tampoco que haya afecto alguno a los veniales.
Es cierto que él, con frecuencia, les permite que se acerquen hasta la frontera, para ejercitar en la lucha a las virtudes internas y para hacerlas más valientes. Y permite también que los espías, que son los pecados veniales y las imperfecciones, corran de un lado a otro en su reino; pero esto no es si no para darnos a conocer que, sin su ayuda, seríamos presa de nuestros enemigos.
 (24 de julio de 1917, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 917)

domingo, 14 de julio de 2013

La devoción al Ángel Custodio del Padre Pío de Pietrelcina



«Voy a enviarte un ángel por delante
para que te cuide en el camino» (Ex 23,20)


El Padre Pío tenía una singular, delicada y respetuosa devoción al Ángel Custodio. Su «pequeño compañero de infancia», «el buen Angelito», fue siempre una ayuda para él. Fue el amigo obediente, cumplidor, puntual que, como gran maestro de santidad, ejerció sobre él un estímulo continuo para avanzar en el ejercicio de todas las virtudes.

Su actuación constante y discreta le sirvió de guía, de consejo, de apoyo.
Si, por una rabieta del demonio, le llegaban emborronadas de tinta las cartas de su confesor, sabía qué hacer para poder leerlas, porque «el angelito le había indicado que, cuando llegase la carta, antes de abrirla, la rociase con agua bendita» (Epist. I,321).

Cuando recibía una carta escrita en francés, era el Ángel Custodio el que le hacía de intérprete: «Si la misión de nuestro Ángel Custodio es importante, la del mío es ciertamente más amplia, porque debe hacer también de maestro en la traducción de otras lenguas» (Epist. I,304).

El Ángel Custodio era el amigo íntimo que por la  mañana, después de haberlo despertado, alababa con él al Señor: «Por la noche, al cerrárseme los ojos, veo bajarse el velo y abrirse delante el paraíso; y, confortado con esta visión, duermo con una sonrisa de dulce felicidad en los labios y con una gran tranquilidad en la frente, en espera de que mi pequeño compañero de mi infancia venga a despertarme y, de esta forma, elevar juntos las laudes matutinas al amado de nuestros corazones» (Epist. I,308).

En los asaltos del infierno, el Ángel Custodio era el amigo invisible que mitigaba sus momentos de postración: «El compañero de mi infancia intenta suavizar los dolores que me causan aquellos impuros apóstatas acunando mi espíritu como signo de esperanza» (Epist. I,321). Y cuando el Ángel no estaba atento para actuar, el Padre Pío, con delicada confianza, sabía dirigirle un duro y fraterno reproche: «No le cuento la forma en que esos desgraciados me están golpeando. A veces me siento a las puertas de la muerte. El sábado me pareció que querían terminar conmigo; no sabía ya a qué santo encomendarme; me dirijo a mi Ángel y, después de haberse hecho esperar un rato, he ahí que, por fin, aletea a mi alrededor y con su voz angelical cantaba himnos a la divina majestad. Tuvo lugar una de las acostumbradas escenas; le reprendí duramente por haberse hecho esperar tanto tiempo, a pesar de que yo no había cesado de llamarlo en mi ayuda; para castigarlo me resistía a mirarle a la cara, quería alejarme, quería despacharlo; pero él, pobrecito, se me acerca casi llorando, me abraza, hasta que yo, levantando la vista, la fijo en su rostro y lo veo profundamente afligido. Y he aquí... “Yo estoy siempre cerca de ti, mi querido joven - dijo -; me muevo siempre en torno a ti con aquel afecto que suscitó tu agradecimiento hacia el amado de tu corazón; mi afecto por ti no se apagará ni siquiera cuando se apague tu vida”» (Epist. I,311).

El Padre Pío se preocupó siempre de inculcar a sus hijos espirituales el amor y la devoción al Ángel Custodio.
Decía: «Aprended la bella costumbre de pensar siempre en él. Desde la cuna hasta la tumba, él no nos deja ni un solo instante; nos guía y nos protege como un amigo y un hermano».

El venerado Padre reconoció y agradeció siempre la función de «mensajero» de este amigo invisible. «Si necesitas - repetía a sus hijos espirituales -, mándame tu Ángel Custodio». Y tenía mucho trabajo, tanto de día como de noche, para escuchar los «mensajes» de sus hijos espirituales, que le traían, obedientes, tantas criaturas angélicas.


(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)

miércoles, 10 de julio de 2013

Si es deseo de Dios


Si es deseo de Dios que a los aromas espirituales también agregue los corporales, ¿no te basta para hacerte lo más posible feliz en este valle de exilio?
¿Y qué otra cosa se puede desear fuera de la voluntad de Dios? ¿Qué otra cosa puede clamar un alma consagrada a él? ¿Qué deseas tú, pues, si no que los designios divinos se cumplan en ti? Ánimo, entonces, y siempre adelante en los caminos del amor divino, estando segura que cuanto más tu voluntad se vaya unificando y uniformándose a la de Dios, tanto más crecerá en perfección.
Tengamos siempre presente que acá en la tierra es un lugar de combate y que en el paraíso se recibirá la corona. Porque acá es el lugar de la prueba y el premio se recibirá allá arriba. Porque acá estamos en la tierra de exilio y nuestra patria verdadera es el cielo y es necesario aspirar continuamente hacia ella. Habitemos, por ello, Raffaelina, con la fe viva, con la esperanza firme y con el ardiente afecto en el cielo, con el vivísimo deseo mientras estemos de camino, para poder un día, cuando le agrade a Dios, habitar con toda la persona.
 (24 de junio de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 452)

domingo, 30 de junio de 2013

La devoción al arcángel san Miguel del Padre Pío de Pietrelcina




Se trabó una batalla en el cielo:
Miguel y sus ángeles declararon guerra al dragón (Ap 12,7)

El 3 de julio de 1917, el Padre Pío peregrinó a la Gruta del Gárgano para venerar a san Miguel, de quien era devotísimo.
Con anterioridad a esta fecha había experimentado repetidas veces la protección del Arcángel en sus luchas contra Satanás, en Pietrelcina o en el convento de Santa Ana, en Foggia.
Muchas veces había deseado hacer la misma peregrinación que había llevado a cabo, siglos antes, su seráfico Padre san Francisco.

Manifestó este deseo a su superior, el padre Paulino de Casacalenda, y éste, apenas los seminaristas terminaron los exámenes, organizó el viaje al Monte Sant’Angelo en honor del Patrono de la provincia religiosa capuchina de Foggia, tanto para premiar a los colegiales como para complacer al Padre Pío.
La comitiva, formada por el venerado Padre, por Nicolás Perrotti, Vicente Gisolfi, Rachelina Russo y los 14 seminaristas, se dirigió desde San Giovanni Rotondo hacia el Monte Sant’Angelo, a las 3 de la mañana del día señalado.

El Padre Pío hizo a pie un buen trecho del recorrido, pero después, a causa de la enfermedad que padecía, fue obligado a subirse a una carreta.
Cuando despuntaba el sol, caminó algunos pasos a pie para desentumecer las piernas y entonó el santo Rosario, intercalando devotos cantos en honor de la Virgen y de san Miguel.
Al entrar en el santuario, se emocionó profundamente. De repente, al recordar lo que le había sucedido en aquel lugar al Poverello de Asís, que, juzgándose indigno de entrar en la Gruta, se detuvo a la puerta y pasó allí la noche entera ensimismado en oración, se arrodilló y, envuelto en lágrimas, besó con respeto y gran humildad el umbral de la Gruta. Después, y una vez escuchada la explicación del canónigo sacristán, que le mostró la TAU grabada por san Francisco, entró y se postró de rodillas a los pies del altar de san Miguel, en devota y profunda meditación.

Rezó por él, por la provincia religiosa capuchina, por la Iglesia, por la paz en el mundo, por todos sus hermanos de religión y por los soldados expuestos al peligro de la guerra. Todo y a todos encomendó a san Miguel.

De la roca de arriba caían de continuo, fruto de la gran humedad, gruesas gotas de agua. Con gran sorpresa de los seminaristas, que enseguida testimoniaron el singular suceso, el Padre Pío permaneció sin mojarse.
Uno de los colegiales, queriendo hacer una prueba, se colocó junto al venerado Padre, pero muy pronto quedó bañado por el agua.

El Padre Pío permaneció largo rato concentrado en la oración y totalmente ajeno a la realidad.
Desde aquel día su devoción al Príncipe de los ejércitos celestiales experimentó un sensible y fuerte impulso. Cada año hacía una cuaresma de preparación para la fiesta del Arcángel. A las almas que se acercaban a él, el Padre Pío les hablaba siempre del poder de san Miguel. Eran continuas sus invitaciones a dirigirse con confianza a este glorioso Arcángel, sobre todo en las tentaciones.

A los fieles que se acercaban a San Giovanni Rotondo el venerado Padre les animaba a continuar la peregrinación hasta el Monte Sant’Angelo, para venerar a san Miguel en su santuario. Con frecuencia esta invitación era la «penitencia sacramental» que imponía al final de la confesión. Además, si sabía de alguien que iba a marchar al Monte Sant’Angelo, le pedía para sí una oración a san Miguel.

(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)

miércoles, 26 de junio de 2013

Las almas más afligidas


Las almas más afligidas son las predilectas del divino Corazón; y tú ten la certeza de que Jesús eligió tu alma para ser la benjamina de su Corazón adorable.
En este Corazón tú debes esconderte; en este Corazón tú debes desahogar tus deseos; en este Corazón debes vivir también los días que la providencia te conceda; en este Corazón debes morir, cuando el Señor así lo quiera. En este Corazón yo te he vuelto a poner; en este Corazón, pues, tú debes vivir, ser y moverte.
(31 de mayo de 1918, a las hermanas Campanile – Ep. III, p. 961)

domingo, 16 de junio de 2013

La devoción al Espíritu Santo del Padre Pío de Pietrelcina




«Se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios
bajaba como una paloma y se posaba sobre él» (Mt 3,16)

El Padre Pío, siendo todavía niño, tuvo una experiencia extraordinaria de la tercera Persona de la santísima Trinidad, «el dulce huésped de las almas», el Espíritu Santo.

El día de la confirmación, el Espíritu Santo le concedió experimentar tan «dulces mociones» que, a la distancia de los años, ante el recuerdo de las mismas, se sentía «quemar entero por una llama vivísima, que quema, derrite y no causa sufrimiento».

Cultivó siempre una grandísima devoción al Espíritu Paráclito que, con una actuación sabia, discreta, suave y continua, derramó en él, abundantes, sus dones.
El Siervo de Dios  quería que sus hijos espirituales tomasen conciencia de la dignidad de ser templos de este Espíritu. Les exigía un comportamiento personal de gran respeto al Espíritu santificador y de atención constante para acoger sus frutos de luz, de amor, de fuerza, de paz, de gozo, de paciencia, de delicadeza, de bondad, de cortesía, de mansedumbre y de fidelidad.

En efecto, sus cartas comenzaban con frecuencia con un saludo de augurio que era una verdadera y real invocación al Espíritu Santo, y contenían exhortaciones vibrantes a colaborar con docilidad en las obras divinas que el Espíritu de Dios realiza en el alma que se abre a él.

He aquí algunos ejemplos:
­ «La gracia del Espíritu Santo os ayude a santificaros» (Epist. I,442).
­ «El divino Espíritu le colme de sabiduría celestial y le haga santo» (Epist. I,507)
­ «El Espíritu le santifique y le ilumine cada vez más sobre los bienes eternos, reservados para nosotros por la bondad del Padre del cielo» (Epist. I,547).
­ «El Espíritu Santo le llene de sus santísimos dones y le conceda probar por anticipado los gozos de las moradas eternas» (Epist, I,564).
­ «Las llamas del amor divino quemen en usted todo lo que no sabe a Jesús. El divino Espíritu, con su gracia, le fortalezca siempre con nuevos ánimos para afrontar con tranquilidad y calma la guerra que le hacen los enemigos» (Epist I,586).
­ «La gracia del Espíritu Santo sobreabunde cada día más en tu corazón, te clarifique la mente más y más para los pensamientos eternos, y te fortalezca continuamente para alcanzar el sumo Bien» (Epist. IV,577).
­ «Nunca dé lugar en su corazón a la tristeza, que no es conforme con el Espíritu Santo derramado en su corazón» (Epist. II,237).
­ «Deje que él (el Padre del cielo) disponga de usted como mejor le plazca: dé libertad plena a la libre actuación del Espíritu Santo, esforzándose por reproducir en su vida las virtudes cristianas y, con preferencia sobre todas las demás, la santa humildad y la caridad cristiana» (Epist. III,79).
­ «Si nos apremia llegar cuanto antes a la bienaventurada Sión, alejemos de nosotros toda inquietud y solicitud al soportar las inquietudes espirituales y temporales de cualquier parte que puedan venirnos, porque son contrarias a la libre operación del Espíritu Santo» (Epist. III,537).

(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)

miércoles, 12 de junio de 2013

Debes saber


Debes saber, hijita, que la caridad tiene tres elementos: el amor a Dios, el afecto a sí mismo y la caridad hacia el prójimo; y mis pobres enseñanzas te ponen en el camino de practicar todo esto.
a) Durante el día, pon con frecuencia todo tu corazón, tu espíritu y tu pensamiento en Dios con una gran confianza; y dile con el profeta real: «Señor yo soy tuya, sálvame». No te detengas mucho a considerar qué tipo de oración te da Dios, sino sigue sencilla y humildemente su gracia en el afecto que debes tenerte a ti misma.
b) Aunque sin detenerte con soberbia, ten bien abiertos los ojos sobre tus malas inclinaciones para erradicarlas. No te asustes nunca al verte miserable y llena de malos estados de ánimo; céntrate en tu corazón con un gran deseo de perfeccionarlo. Procura enderezarlo dulce y caritativamente cuando tropiece. Sobre todo, esfuérzate con todas tus fuerzas por fortalecer la parte superior del alma, no entreteniéndote en sentimientos y consuelos, pero sí en las decisiones, propósitos y aspiraciones, que la fe, el guía y la razón te inspiren.
(11 de junio de 1918, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 735)

domingo, 2 de junio de 2013

Ostención del Padre Pío 2013


Las reliquias del cuerpo de San Pío de Pietrelcina se vuelven a mostrar en la iglesia inferior dedicado a él. Una oportunidad para fortalecer la fe, la virtud de la cual San Pío de Pietrelcina ha sido y sigue siendo un testimonio auténtico de espiritualidad y de la unidad en la vida. 


Ubicado en San Giovanni Rotondo, el sábado 1 de junio muchos fieles y devotos del fraile asistieron a la solemne celebración eucarística para la exposición permanente del cuerpo del Padre Pío, presidida por el cardenal Angelo Amato , prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. 

"La dignidad de las reliquias de los que ahora viven en el paraíso , - dijo el cardenal en la homilía - radica en el hecho de que la tierra de su cuerpo era el templo de la gracia divina y el instrumento de sus méritos y de su santificación, con el ejercicio de las virtudes heroicas o el martirio. El altar y el confesionario fueron las estaciones de su santo trabajo de evangelización, que consistió en la oración, el perdón y la caridad. Con la exposición correcta de su cuerpo, el Padre Pío quiere estar más cerca de nosotros. Él quiere que usted lo mire y que pueda mirarlo a los ojos. " 

Después de la comunión, el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y todos los concelebrantes fueron en procesión en la iglesia inferior de la veneración del cuerpo de fray del santo. Después la inauguración de la urna, el cardenal Amato ha irritado las reliquias del cuerpo del Padre Pío, un signo de devoción. 

Después de la bendición de los peregrinos fueron capaces de hacer una pausa para la oración delante de la urna y poder confiar sus intenciones, esperanzas y oraciones encerradas en sus corazones. 


Revive la emoción de un día histórico con un resumen de la jornada:

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús del Padre Pío de Pietrelcina



«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón,
y encontraréis vuestro descanso» (Mt 11,29)

El amor al Sacratísimo Corazón de Jesús que cultivó el Padre Pío fue inmenso. Su corazón palpitó siempre al unísono con el de Jesús, hasta «fundirse» con él.

El 18 de abril de 1912, el venerado Padre describió este fenómeno místico a su confesor, el padre Agustín de San Marco in Lamis: «Terminada la misa, me entretuve con Jesús para la acción de gracias. ¡Qué suave fue el coloquio que tuve con el paraíso aquella mañana! Fue tal que, aun queriendo decirlo todo, no lo conseguiría; sucedieron cosas que no es posible expresarlas en lenguaje humano sin que pierdan su sentido profundo y celestial. El Corazón de Jesús y el mío, permítame la expresión, se fundieron. No eran ya dos corazones que latían, sino uno solo. Mi corazón había desaparecido, como una gota de agua que se pierde en el mar. Jesús era el paraíso, el rey. La alegría en mí era tan intensa y profunda que no era capaz de más; las lágrimas más deliciosas me llenaban el rostro» (Epist. I,273).

En los momentos en los que el sufrimiento era en él más agudo, el Padre Pío saboreaba delicias indescriptibles que tenían, como única fuente, el Corazón Sacratísimo de Jesús.

En relación a esto, escribía al padre Benedicto de San Marco in Lamis: «Jesús no deja, de cuando en cuando, de endulzar mis sufrimientos de otro modo: hablándome al corazón. Oh sí, padre mío, ¡qué bueno es Jesús conmigo! Qué momentos tan preciosos son éstos; es una felicidad que no sé a qué compararla; es una felicidad que el Señor me hace gustar casi exclusivamente en los sufrimientos. En estos momentos, más que en ningún otro, todo lo del mundo me hastía y me pesa, nada deseo fuera de amar y sufrir. Sí, padre mío, también en medio de tantos sufrimientos soy feliz, porque me parece sentir que mi corazón palpita con el de Jesús» (Epist. I,197).

El 13 de agosto de 1912, viernes, en la iglesia, mientras la acción de gracias de la santa misa, el Padre Pío sintió que «le herían el corazón con un dardo de fuego tan vivo y ardiente» que creyó morir. Al comunicar este fenómeno al padre Agustín, escribió: «Me faltan las palabras apropiadas para hacerle comprender la intensidad de esta llama: soy absolutamente incapaz de expresarlo. ¿Me cree? El alma, víctima de estos consuelos, se vuelve muda. Me parecía que una fuerza invisible me sumergía totalmente en el fuego... Dios mío, ¡qué fuego!, ¡qué dulzura!» (Epist. I,300).

En el corazón del Padre Pío, mejor, «en una parte del mismo», se había formado una llaga mística que hizo prorrumpir en lamentos al afortunado enfermo: «¿Quién, entre los mortales, podrá imaginar hasta qué punto es profunda la herida que se me ha abierto en la parte del corazón?» (Epist. I,641).

Al venerado Padre, «enfermo de corazón», sólo le faltaba el «sello del amor»: la llaga física en el corazón. Y también se le concedió ésta, en el mes de diciembre de 1918. El día 20 comunicó al padre Benedicto: «Desde hace unos días noto en mí algo parecido a una lanza de hierro que se alarga, en línea transversal, desde la parte baja del corazón hasta debajo de la espalda, en el lado derecho. Me produce un dolor agudísimo y no me deja un momento de descanso. ¿Qué es esto? (Epist. I,1106).

Era el fenómeno de la transverberación física de su corazón. La herida debió dividir en dos el corazón, de parte a parte, comenzando por la izquierda (abajo) y llegando hasta la derecha (arriba).

(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)

miércoles, 29 de mayo de 2013

Ten siempre


Ten siempre bajo tu mirada esta lección elocuente, que debe ser bien comprendida: la vida presente no se nos ha dado sino para adquirir la eterna; y por falta de esta reflexión fundamentamos nuestros afectos en lo que pertenece a este mundo, en el que estamos de paso; y, cuando hay que dejarlo, nos asustamos e inquietamos. Créeme, maestra, para vivir contentos en la peregrinación, es necesario tener ante nuestros ojos la esperanza de la llegada a nuestra patria, donde nos quedaremos eternamente; y, mientras tanto, cree firmemente; porque es verdad que Dios, que nos llama a él, mira cómo avanzamos y no permitirá nunca que nos suceda algo que no sea para nuestro mayor bien. Él sabe lo que somos y nos extenderá su mano paternal en los pasos difíciles, de manera que nada nos detenga al correr veloces hacia él. Pero para gozar bien de esta gracia, es necesario tener una confianza total en él.
No busques evitar con ansiedad los accidentes de esta vida; evítalos con una perfecta esperanza de que, conforme nos vayan viniendo, Dios, a quien perteneces, te librará de ellos. Él te ha defendido hasta el presente, basta que te mantengas bien asida a la mano de su providencia y él te asistirá en todo momento. Y, cuando no puedas caminar, él te conducirá, no temas. ¿Qué tienes que temer, mi queridísima hijita, siendo de Dios, que tan firmemente nos ha asegurado: «A los que aman a Dios todo les redunda en bien»? No pienses en lo que sucederá mañana, porque el mismísimo Padre del cielo, que hoy cuida de nosotros, el mismo cuidado tendrá mañana y siempre. ¡Oh!, él no te hará mal; pero, si te lo envía, te concederá también un valor invencible para soportarlo.
(23 de abril de 1918, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 724)

domingo, 19 de mayo de 2013

La devoción a Jesús Sacramentado del Padre Pío de Pietrelcina




«Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente,
es reo del cuerpo y de la sangre del Señor» (1Cor 11,29)

El Padre Pío, antes de unirse a Jesús Sacramentado, se sentía atraído por una fuerza misteriosa. Contaba las horas que le faltaban para iniciar la celebración de la santa misa. Después de una larga preparación, salía de su celda en un estado de agitación y sufrimiento.

Nada más llegar a la sacristía, mientras se ponía los ornamentos sagrados, ya no se daba cuenta de nada de lo que sucedía a su alrededor. Estaba totalmente abstraído. Si alguien se atrevía a hacerle alguna pregunta, respondía distraídamente, con monosílabos.

En el altar, sus mejillas, hasta entonces pálidas, se enrojecían. En la consagración, acercando sus labios a la Hostia que apretaba entre sus dedos, exclamaba con infinita ternura: «¡Jesús, alimento mío!». Antes de la comunión, en voz alta repetía: «Señor, no soy digno...», y se golpeaba con la derecha el pecho. «Aquellos golpes - escribió en un informe el llorado padre Vicente Frezza - eran tan fuertes que despertaban sorpresa y admiración: no era fácil imaginar que aquellas manos llagadas fuesen tan fuertes y que aquel pecho herido pudiese resistir golpes tan pesados y profundos».
Su mente y su corazón no anhelaban otra cosa que saborear toda la dulzura de la carne inmaculada del Hijo de Dios. Después de la comunión, el hambre y la sed de Jesús Sacramentado, en vez de mitigarse, aumentaban. Los latidos de su corazón eran más rápidos. En toda su persona sentía como un fuerte calor. Ardía en un fuego divino. Después, en el coro, se sumergía en una íntima y silenciosa oración eucarística de acción de gracias y de alabanza.

A su director espiritual, el padre Agustín de San Marco in Lamis, escribía: «A veces me pregunto si existen almas que no sientan arder su pecho en amor divino, sobre todo cuando se encuentran ante Jesús en el sacramento. Me parece imposible; mucho más cuando se trata de un sacerdote o de un religioso» (Epist. I,317).

Ante Jesús Sacramentado, su corazón latía con más fuerza. Al padre Benedicto Nardella le decía: «Me parece con frecuencia que el corazón quiere escapárseme del pecho» (Epist. I,234).
Aprovechaba todas las ocasiones para propagar la devoción a Jesús Sacramentado, con exhortaciones como éstas: «A lo largo de la jornada, cuando no se te conceda hacer otra cosa, también en tus muchas ocupaciones, llama a Jesús con los suspiros resignados del alma, y él vendrá y permanecerá unido al alma por su gracia y su santo amor.

Cuando no puedas ir con el cuerpo, vuela en espíritu ante el sagrario, desahoga allí tus ardientes deseos, y habla y pide y abraza al Amado de las almas más que si se te hubiese concedido recibirlo sacramentalmente» (Epist. III,448).

El Padre Pío sigue repitiendo a todos: «Acerquémonos a recibir el pan de los ángeles con una gran fe y una gran llama de amor, y, además, esperemos de este dulcísimo Amante de nuestras almas ser consolados en esta vida con el beso de su boca» (Epist. II,490).

(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)

miércoles, 15 de mayo de 2013

La virtud de la paciencia


La virtud de la paciencia es la que nos asegura, más que ninguna otra, la perfección; y, si conviene practicarla con los demás, hay que tenerla no menos con uno mismo. El que aspira al puro amor de Dios, no necesita tanto tener paciencia con los demás cuanto tenerla consigo mismo. Para conquistar la perfección, se necesita tolerar las propias imperfecciones. Digo tolerarlas con paciencia y no ya amarlas o acariciarlas. Con este sufrimiento crece la humildad. Para caminar siempre bien, es necesario, mi queridísimo hijo, aplicarse con diligencia a recorrer bien aquel trozo de camino que está más cerca y que es posible recorrer, hacer bien la primera jornada, y no perder el tiempo deseando hacer la última cuando todavía no se ha hecho la primera.
Muchísimas veces nos detenemos tanto en el deseo de ser ángeles del paraíso, que descuidamos ser buenos cristianos. Con esto no quiero decir o significar que no sea oportuno para el alma poner muy alto su deseo, pero sí que no se puede desear o pretender alcanzarlo en un día, porque esta pretensión y este deseo nos fatigarían demasiado y para nada. Nuestras imperfecciones, hijito mío, nos han de acompañar hasta la tumba. Es cierto que nosotros no podemos caminar sin tocar tierra; pero es verdad también que, si no nos tenemos que tumbar o mirar a otro lado, tampoco hay que pensar en volar, porque en las vías del espíritu somos como pequeños pollitos, a quienes todavía no les han salido las alas.
(25 de noviembre de 1917, a Luis Bozzuto – Ep. IV, p. 403)

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