lunes, 23 de septiembre de 2013

A 45 años de la muerte del P. Pío




El Padre Pío, aquel fraile capuchino que nació en Italia, es uno de los santos cuya vida extraordinario le hace ser conocido en todo el mundo, conquistando el corazón de millones de devotos. Su vida le hace ser uno de los más grades místicos de nuestra Iglesia y un gran ejemplo para nuestro tiempo.  Nuestro santo nació en Pietrelcina el 25 de mayo de 1887 y murió en San Giovanni Rotondo el 23 de septiembre de 1968.

Su vida, de 81 años, no sobresalió por una maravillosa inteligencia ni por logros humanos claramente medibles. Su vida fue obra de la gracia excepcional de Dios y de su respuesta admirable y continua, manifestada a través de signos sobrenaturales como los estigmas en pies, manos y costado que le acompañaron visiblemente durante 50 años.

Cómo fue la vida del Padre Pío? 
El Padre Pío, San Pío de Pietrelcina, no hizo sino recibir las gracias de Dios y dar respuesta a ellas mediante su vida de oración, sufrimiento y caridad. La grandeza de su vida, que le llevó a ser un gran hermano capuchino no fue otra que vivir el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. En concreto lo que encaminó al Padre Pío a vivir el amor radical a Jesús y a su iglesia fue:

1. Vivió su vocación de franciscano capuchino en una entrega total.  Desde niño, vivió una vida de oración y penitencia, de éxtasis y apariciones iluminada por la figura de San Francisco de Asís. El 6 de enero de 1903, con la bendición de su madre y un rosario que ésta le regaló, partió al noviciado de los Capuchinos. La pluma del P. Pío nos refiere que “había sentido desde los más tiernos años un fuerte vocación al estado religioso”. Fue un fraile ejemplar, tenía un gran amor a la oración y servía a sus hermanos como una madre. El P. Pío escribió: “¡Oh Dios! No dejes de hacerte oír cada vez más a mi pobre corazón y cumple en mí la obra comenzada por ti… Que Jesús me conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de San Francisco; que pueda ser ejemplo para mis hermanos, de manera que el fervor continúe sin cesar creciendo en mí, y me haga un perfecto fraile capuchino”

2. Tuvo a María como gran intercesora. La Stma. Virgen María recibía continuas muestras de afecto de Padre Pío. Desde niño rezaba el santo rosario y esta práctica le acompaño durante el resto de su vida. Pero no sólo rezaba él, sino que invitaba a otros a rezarlo con él. María se convirtió en la estrella que guío su vida y en la gran intercesora para llegar a su hijo, Jesús. El 21 de marzo de 1912, estando en Pietrelcina, a causa de la vista deteriorada, es autorizado a celebrar todos los días la Misa votiva de la Virgen María y sustituir el rezo del Oficio Divino por el rezo del Rosario. Cuántos rosarios rezaba el P. Pío? Difícil saberlo, pero por los testimonios, diríamos que de 12 a 15 horas las pasaba rezando el rosario. El P. Pío decía: “¡Amad a la Virgen y hacedla amar! Rezad el Rosario, rezadlo siempre. ¡Rezadlo cuantas veces podáis! El Rosario es la oración que hace triunfar sobre todo y a todos. Ella, María, nos lo ha enseñado así, lo mismo que Jesús nos enseñó el Padrenuestro”. 

3. Siguió a Jesucristo en su “misión corredentora”. Desde temprana edad y más claramente en el noviciado el P. Pío veía que su destino era la “misión grandísima” que el Señor le había encomendado. Y para conseguirlo, creía que su principal apoyo habría de ser su consagración a Dios mediante los tres votos religiosos y la ordenación sacerdotal. Su trato íntimo con Dios le proporcionó una profunda convicción  de lo que era esa “misión grandísima”. Para el P. Pío su misión recibida era: ”Liberar a mis hermanos de los lazos del pecado”; “Conducir a los hombres a la santidad”; “Poner fin a la ingratitud de los hombres hacia su gran Benefactor”. Cumpliendo la tarea recibida confesaba de la mañana a la noche, ofreciendo la misericordia de Dios. Celebraba humildemente la eucaristía, en cada misa celebrada, él subía al Calvario con Cristo crucificado. Recibía un sin número cartas y peticiones que atendía desde el amor de padre. Un punto culmen de haber aceptado la misión que el Señor le encomendó, fue la aparición de las llagas de Jesucristo en su cuerpo. El P. Pío fue otro Cristo que vino a salvarnos entregando su vida. El P. Pío escribió: “Cuando Jesús me quiere dar a entender que me ama, me hace probar las llagas de su pasión, las espinas, las angustias… Cuando quiere que goce, me llena el corazón de ese espíritu que es todo fuego, me habla de sus delicias. Pero cuando quiere ser amado Él, me habla de sus dolores, invitándome con una voz que es a la vez oración y mandato a ofrecerle mi cuerpo para aligerarle las penas”.

4. Experimentó la confianza y el amor de Dios Padre. El P. Pío es atraído a Dios por el soplo del Espíritu Santo y él se adhiere generosa y constantemente en fidelidad a este llamado. El P. Pío es un portento de la gracia de Dios, da gracias por su vocación y alaba a Dios por la misión encomendada. Vive como elegido y amado por Dios. Desde los cinco años se consagra personalmente a Dios, ofreciéndose sin reversas al Reino. A pesar de haber tenido una vida llena de enfermedades y sufrimientos, Dios fue su único Bien y supo cumplir la voluntad divina. Confianza y amor definen su relación con Dios. Y desde aquí quiso guardar a todas las almas de no caer en el pecado de no experimentar el amor y la misericordia de Dios. A cada persona que venía a él, le brindaba una palabra de consuelo, recomendando la oración y la vivencia sacramental. Desde la intención de ofrecer a los hombres el amor de Dios podemos entender mejor sus fenómenos místicos: son manifestaciones divinas para hacer presente el amor del Padre.  El P. Pío escribió: “Ser elegidos y señalados de entre una muchedumbre y saber que esta elección ha sido hecha sin ningún mérito nuestro por Dios desde toda la eternidad “ante mundi constitutionem”, con el único fin de ser suyos en el tiempo y en la eternidad, es un misterio tan grande y dulce que el alma, a poco que lo penetre, no puede sino licuarse toda de Amor”.

Dos grandes obras del P. Pío , que hoy en día siguen, son: 1) la “Casa Alivio del Sufrimiento”, considerada por nuestro santo como “la expresión de la caridad de Cristo a los enfermos” y 2) Los grupos de oración, “un hogar de amor, en el que Cristo está presente cada vez que los hermanos se reúnen para orar”. 

Conocer la vida de San Pío nos lleva a la conclusión de que Dios lo ha colocado en nuestra vida como faro de luz, como vela en la cima, para iluminar nuestro caminar por este mundo. Profundicemos en la vida del santo de Pietrelcina y acojámonos a su intercesión para vivir nuestra fe en la gracia de Dios, que nos llama a ser santos. Aprendamos del Padre Pío que desde la sencillez de vida podemos llegar a hacer grandes cosas por nosotros y por nuestro prójimo.  

Fr. Néstor Wer, OFMCap

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