sábado, 12 de mayo de 2012

San Pío de Pietrelcina


Padre Pío (Francesco Forgione), nació en Pietrelcina, pequeño pueblo de la provincia de Benevento, en el sur de Italia, el 25 de mayo de 1887. Su padre Orazio Forgione, comúnmente llamado Zi’ Orazio, era un modesto campesino, de buenas costumbres, que vivía de su trabajo, su madre Maria Giuseppa de Nunzio, era una mujer muy piadosa. 

Fue bautizado con el nombre de Francesco. De niño ayudaba a su familia trabajando con gusto en los campos. Amaba el sacrificio y prefería dormir en el piso de tierra desnuda en lugar de su cama. Deseoso de soledad, no le gustaban las diversiones, amaba la oración y lloraba cuando escuchaba a alguien blasfemar. Vivía en una casa muy humilde con sus padres, su hermano Michele y tres hermanas, de las cuales una se volvió religiosa con el nombre de sor Pía. Su padre, humillado por ser analfabeto, quiso que sus hijos estudiaran. Desde muy niño Padre Pío sintió el llamado del Señor en su ambiente familiar y juró fidelidad a San Francisco. Cuando manifestó su vocación por la vida religiosa capuchina su padre aceptó con gusto pagar sus estudios pero tuvo que emigrar por segunda vez hacia Estados Unidos para ganarse el dinero. La inteligencia abierta del muchacho hacía prever que tendría un porvenir brillante. 

 A los 15 años, en 1902, entró al convento de los Capuchinos en Morcone para iniciar su año de noviciado, donde brilló por sus dotes de virtud, su penitencia y docilidad. Sonriente, el 22 de enero de 1903, vistió el hábito de San Francisco, adoptando el nombre de Fray Pío. En ese momento decidió ofrecer su vida por el bien de la humanidad, buscando en la oración el verdadero alivio de las penas de los hombres. Su sueño ideal, que había sido el dulce tormento de una vida de espera, clavada a una cruz mística, floreció finalmente. Con una voluntad de fierro superó todas las dificultades y el 10 de agosto de 1910 Padre Pío fue consagrado sacerdote y celebró su primera Santa Misa en la Catedral de Benevento: ahí comenzó su lucha continúa contra las fuerzas del mal, por la edificación del Reino de Dios a través de la oración y el continuo contacto con quien sufre. Su madre, que había venido a pie desde Pietrelcina, estaba radiante de felicidad. Su padre que seguía en Estados Unidos, sólo pudo bendecirlo por carta. 

SU SALUD PRECARIA 

La salud de Padre Pío le era adversa: se enfermaba misteriosamente y mejoraba en otros periodos, con fiebres imprevistas: su rostro estaba siempre muy pálido, por lo cual, con excepción de breves paréntesis de vida de claustro, sus superiores prefirieron dejarlo en su tierra, donde según las posibilidades de sus propias fuerzas, ayudaba al párroco. Ellos lo seguían constantemente con mucho afecto, por medio de una correspondencia asidua, que les reveló su fuerte temperamento espiritual. 

Muy a pesar suyo, tuvo que ponerse el uniforme militar y empuñar las armas en noviembre de 1915. Su sufrimiento más grave fue no poder participar en el sacrificio de la Misa durante ese período. También sufrió por su delicada salud. Escribía cartas llenas de sentimiento y tristeza, aunque sin lamentos, hasta que por fin llegó el día en que fue liberado del exilio que lo torturaba. 

Lo dejaron franco a causa de una tuberculosis pulmonar, de la que extrañamente, después de algunos años, no se encontró huella. Esperando que el aire de la montaña mejorara su salud, la obediencia lo destinó a San Giovanni Rotondo, a 557 metros sobre el nivel del mar, una ciudad áspera rocosa sobre el monte Gargano. Una ciudad olvidada por siglos, donde la gente, sólo podía llegar a pie por una vereda llena de piedras y polvo. Era el verano de 1918. 

Desde entonces Padre Pío no abandonó nunca ese convento, y gracias a Él, ahora esa ciudad es conocida en todo el mundo, siendo floreciente como un oasis que brinda esperanza y alivio a los enfermos físicos y del espíritu. A Padre Pío le destinaron la celda numero 5 que tenía escrito sobre la puerta: “La gloria del mundo tiene siempre por compañera la tristeza”. El 20 de septiembre de 1968 se celebraba el 50 aniversario de la aparición de los estigmas de Padre Pío. Él, a pesar de estar muy enfermo, se asomó a la ventana de su celda y bendijo a los fieles. Su mano no lograba levantarse hacia lo alto. 

El día 22 celebró la Santa Misa en forma solemne, recibió a sus Grupos de Oración y los bendijo con emoción. Por última vez apareció en la ventana de su celda para bendecir a los fieles. Sonreía, pero su rostro se veía muy cansado. Cada paso que daba era un ataque de asma. Dirigiéndose a sus hermanos capuchinos, que lo venían cargando, les dijo: “dentro de poco ya no tendrán que molestarse para acompañarme a decir Misa”, fue una dramática profecía; esa misma noche comenzaba el final de la vida de Padre Pío. A las 22 horas Padre Pío le pregunta la hora a Padre Pellegrino- que lo cuidaba- Recitaba débilmente una Ave Maria . A las 0.20 horas del día 23 de septiembre, le pide a Padre Pellegrino que lo confiese y después, con voz lenta y cansada le dice “Si el Señor me llama hoy, pídeles perdón –en mi nombre- a mis hermanos del convento y a todos mis hijos espirituales por las molestias que les di y pídeles una oración por mi alma. A las 2.09 le pusieron los santos óleos. A las 2.27 cayó de sus manos el rosario. Seguía repitiendo su jaculatoria con gran dificultad. A las 2.30 Padre Pío había muerto. Tenía 81 años. 

¡Así muere un Santo! 

 Había trabajado en la viña del Señor desde su primer día hasta el último. Su cuerpo estaba destruido, masacrado por el cansancio y la enfermedad. Había llegado el momento de entregarlo a la tierra, para que subiera –libre- hacia su Señor en la eternidad gloriosa. Comenzaron a tocar las campanas del convento. En pocos minutos toda la ciudad estaba iluminada. Enseguida la noticia se difundió por todo el mundo. De día y de noche permanecieron abiertas las puertas de la iglesia para acoger a las mas de cien mil personas que acudieron a San Giovanni Rotondo para verlo por última vez. Los funerales fueron grandiosos e impresionantes. Padre Pío yace ahora en una tumba de mármol negro, en la cripta bajo la Iglesia de Santa Maria de la Gracia, acompañado cada día por las oraciones de miles de personas que, sostenidas por la fe, vienen a visitarlo de todas las partes del mundo. Los preliminares de la causa de beatificación y canonización iniciaron en noviembre de 1969. El 2 de mayo de 1999, el Santo Padre Juan Pablo II declaró a Padre Pío BEATO y el 16 de junio del 2002 lo declaró SANTO, a mayor gloria de Dios y para el bien de las almas.

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