sábado, 12 de mayo de 2012

Los santos hacen historia

“La vida de los santos es un mundo lleno de maravillas”. Esto lo sabían mucho mejor que nosotros los antiguos hagiógrafos que buscaban siempre los aspectos más particulares, llamativos y milagrosos de la vida de los santos y tejían su historia con narraciones llenas de hechos, legendarios a veces, prodigiosos y asombrosos. Demasiado quizás. Sin embargo, ellos habían comprendido que la vida de un cristiano, que está verdaderamente animada por la fe y por la gracia no puede dejar de ser sino maravillosa. 

Los hagiógrafos modernos son más críticos y prudentes, basando su modo de trabajar exclusivamente en hechos cronológicamente documentados, pero, como buenos investigadores, también ellos llegan y, quizás con más fuerza de persuasión, a descubrir el sobrehumano en lo humano. 

Francisco, así lo llamaron sus padres Grazio Forgione y Mª Josefa Di Nunzio, nació en Pietrelcina, provincia del Benevento (Italia) el 25 de mayo de 1887, siendo el cuarto de siete hijos, fue bautizado al día siguiente. Pasó su infancia y primera juventud en su pueblo natal, en un ambiente campesino, sereno y tranquilo, en el que sus polos de atracción fueron la casa, la iglesia y la escuela. A los 12 años, el 27 de septiembre de 1899, recibió el sacramento de la Confirmación y de la Primera Comunión. 

Sus biógrafos hacen alusión a hechos extraordinarios de su espiritualidad desde niño. En él existía ya, desde los cinco años, el deseo inocente de consagrarse para siempre a Dios. Francisco quería ser capuchino. Su deseo se cumplió cuando el 6 de enero de 1903, a los 16 años, entró en Morcone (Benevento), en el noviciado de los Frailes Capuchinos de la provincia del Santo Ángel de Foggia. El 22 de enero de 1903 vistió el hábito capuchino y se llamó Fr. Pío. El 22 de enero de 1904 emitió la profesión simple y marchó al convento de Sant’Elia a Pianisi (Campobasso), donde el 27 de enero de 1907 hizo la profesión solemne. De 1904 a 1909 pasó por diversos conventos realizando los estudios de bachillerato y los de filosofía y teología. Con frecuencia tenía que volver a casa por problemas de salud. El 18 de julio de 1909, en la iglesia del convento de Morcone, recibió la ordenación de diácono y el 10 de agosto de 1910 se ordenó de sacerdote en la capilla de los canónigos de la catedral de Benevento, asistiendo su madre y no el padre que se encontraba trabajando en América. 

Durante su permanencia en Pietrelcina colaboró en la parroquia con el arcipreste local. Fue un periodo caracterizado por una vida de intensa oración y de abundante correspondencia con sus directores espirituales. A partir de 1911 comenzó a sentir en las manos dolores hasta recibir un día las llagas. En 1915 fue llamado a servir a las armas en el distrito de Benevento y trasladado a Nápoles. Pero el servicio militar tuvo que ser interrumpido por razones de salud y mandado definitivamente a casa “con la declaración de haber observado buena conducta y de haber cumplido el servicio con fidelidad y honor”. El 28 de julio de 1919 subió por primera vez a San Giovanni Rotondo, donde estuvo ocho días. El 4 de septiembre siguiente volvió provisionalmente; pero aquella estancia provisional se hizo estable hasta su muerte. 

Durante los dos primeros años de su residencia en la ciudad gargánica, el P. Pío continuó escribiéndose con sus directores espirituales, con sus hijos espirituales y con todas las almas que le buscaban. Pronto se formó a su alrededor un grupo de almas sedientas de perfección. Y es en este tiempo cuando se suceden los fenómenos místicos entre los que se encuentran el de los estigmas. La gente, cada día más numerosa, acudía a San Giovanni para escuchar la Misa celebrada por el sacerdote estigmatizado y para confesarse con él. Ya en este periodo comenzaron, con insistencia, las calumnias y las acusaciones hasta provocar la intervención de la autoridad eclesiástica. 

Por su parte el P. Pío continuó con su vida de oración y de intenso apostolado en el confesonario, en perfecta obediencia a sus superiores y a las jerarquías eclesiásticas. El 9 de junio de 1931 le llegó la orden de suspensión de todo ministerio, con la excepción de la santa Misa, que debería celebrar en la capilla interna del convento, sólo con el ayudante. El P. Pío exclamó: ¡”Hágase la voluntad de Dios!” y aceptó la decisión humildemente en silencio y oración. El 16 de julio de 1933 pudo celebrar de nuevo en la iglesia y, finalmente, volvió a oír confesiones. Los fieles lo buscaban de manera impresionante, de tal forma que, a partir de enero de 1950, establecieron los superiores el sistema de cita previa para poner orden en las muchedumbres que acudían a él para recibir la absolución sacramental. 

Durante los años oscuros de la segunda guerra mundial, fue para todos un ángel consolador. Como respuesta a las reiteradas llamadas a la oración dirigidas a los fieles por Pío XII, nacieron los Grupos de Oración, que hoy son más de 2000 extendidos por todo el mundo a los que Pablo VI definió como “un torrente de personas que rezan”. La pequeña iglesia capuchina se volvía incapaz de contener la muchedumbre que asistía a la celebración de la santa Misa. Por eso, el 5 de junio de 1954, por vez primera el P. Pío celebró la Misa al aire libre, en la plaza de la iglesia. Y se construyó una iglesia nueva inaugurada en 1959. Sensible a los sufrimientos físicos y morales de tanta gente que se dirigían a él y constatando el vacío de estructuras en la zona construyó, con los donativos de los bienhechores, la Casa Alivio del Sufrimiento y los asilos Santa María de las Gracias, San Francisco de Asís y Paz y Bien. En abril de 1959 comenzó a sentirse mal. Sus condiciones de salud se volvieron cada vez más precarias a partir de 1962. En febrero de 1965 obtuvo la dispensa de decir en latín la Misa, y en noviembre del mismo año fue autorizado a celebrar sentado de cara al pueblo. 

En marzo de 1968 se vio constreñido a tener que a usar una silla de ruedas para sus desplazamientos tanto en el convento como en la iglesia. En julio sufrió ya un desvanecimiento. El 22 de septiembre a las 5 celebró la última Misa cantada. Al final sufrió un fuerte colapso en el altar. A las 10,30 bendijo a la multitud de la plaza desde su ventana y volvió a dar su última bendición a la gente en la iglesia las 18 horas, luego se retiró a la celda extenuado. En el corazón de la noche, a las 2,30 del 23 de septiembre, murió santamente tras haber confesado, renovado los votos religiosos y recibido la unción de enfermos. Los restos fueron expuestos durante tres días para recibir el homenaje de la multitud. 

El 26 de septiembre se celebraron los solemnes funerales en los que participaron unos 100.000 fieles, siendo sepultado en la cripta de la iglesia la misma tarde. Desde entonces comenzó la devota peregrinación de fieles que continua en el día de hoy. Iniciado el proceso diocesano el 20 de marzo de 1983, que duró siete años, el 18 de diciembre de 1997 se promulgó el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes. Estudiado un presunto milagro y, considerada la curación como milagrosa, Juan Pablo II lo beatificó el 2 de mayo de 1999. Presentado en el 2000 la presunta curación de meningitis aguda de un niño de 8 años, fue considerada también como milagro. Ahora, Juan Pablo II lo canonizó el 16 de junio del 2002, proponiéndolo como ejemplo a toda la iglesia universal. 

Con la canonización, el P. Pío es propuesto como modelo a imitar para toda la Iglesia. La canonización de un hombre es el máximo de gloria terrena y celeste. Es un itinerario largo, que para algunos santos ha durado siglos, porque es un camino lleno de obstáculos y de dificultades canónicas y humanas. Sin embargo, para el P. Pío las cosas han ido con más facilidad, si bien inicialmente las cosas fueron muy diferentes. Decía Mons. Cosmo Ruppi, obispo de Lecce y presidente de la Conferencia Episcopal de la Pulla, periodista de toda la vida.: “Recuerdo que al inicio del Proceso del P. Pío el viejo obispo de Manfredonia, Mons. Vailati, me dijo que el camino no sólo sería largo sino larguísimo”. Y no sólo lo decía él, se lo habían dicho también desde las más altas instancias: “No tenga prisa, excelencia; este proceso será bien largo; el final no lo verá ni Vd. ni su sucesor”. Escribe aun el arzobispo de Lecce: “Se han equivocado. Por muy autorizadas que fuesen aquellas personas (aun vive quien recuerda nombres y apellidos) serán los primeros en celebrar en el Cielo la canonización del P. Pío”. 

Iniciado el proceso diocesano el 20 de marzo de 1983, que duró siete años, el 18 de diciembre de 1997 se promulgó el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes. Estudiado un presunto milagro y, considerada la curación como milagrosa, Juan Pablo II lo beatificó el 2 de mayo de 1999. Presentado en el 2000 la presunta curación de meningitis aguda de un niño de 8 años, fue considerada también como milagro. Así, Juan Pablo II lo canonizó el 16 de junio del 2002, proponiéndolo como ejemplo a toda la iglesia universal, en una jornada que ha batido el record de participantes; más de 500.000 personas llenaban ese día la plaza de San Pedro y las calles adyacentes provistas de grandes pantallas para seguir con puntualidad el acto, sin olvidar los miles de fieles que, desde San Giovanni Rotando y a través de pantallas gigantes, pudieron seguir el evento. 

 Fr. Alfonso Ramírez Peralbo Roma - Postulación General OFMCap.

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