martes, 15 de mayo de 2012

La beatificación del P. Pío


El Vaticano fijó para el 2 de mayo de 1999 la fecha de la beatificación del venerable siervo de Dios el Padre Pío de Pietralcina. En la explosión de alegría de nuestros corazones, rendimos gracias al Altísimo y expresamos toda nuestra gratitud al Papa y a los órganos competentes gracias a cuyos esfuerzos este acontecimiento ha podido cumplirse. 

La beatificación es un proceso relativamente reciente. Hasta el siglo XVI no precedía la canonización. Sin embargo, en ese mismo siglo, empezó a extenderse la práctica de autorizar el culto público y eclesiástico, limitado a un determinado lugar, en honor de algunos siervos de Dios, cuyo proceso de canonización no hubiese aún finalizado o bien no estuviese aún ni siquiera instruido. 

Esta concesión (otorgada hacia finales del siglo) se llamó beatificación. En la primera mitad del siglo XVII la beatificación se convirtió en una práctica normal, pero, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, el culto limitado se concedía sólo después de haberse discutido y aprobado las virtudes y los milagros. Después la beatificación se convirtió en una etapa obligada de la canonización. Pero ¿en qué consiste la beatificación? Es la autorización por parte del Sumo Pontífice para venerar públicamente a un siervo de Dios, aunque limitadamente a ciertos lugares determinados. 

Actualmente esta autorización es otorgada por el Papa durante una celebración solemne análoga a la de la canonización, que introduce el culto público de un beato en toda la Iglesia. En la práctica, desde el punto de vista del culto, cuando el Padre Pío sea proclamado beato, podrá ser venerado públicamente en la diócesis de Manfredonia - Vieste, en las iglesias de la Orden franciscana, y dondequiera que exista un interés por su culto, por ejemplo, por la presencia de Grupos de oración. En este último caso, bastará con solicitar la autorización a la Congregación para el culto divino. Por culto se entiende la concesión de la misa y del oficio en honor del beato y el permiso de exponer su imagen para la veneración de los fieles en ciertas iglesias. Además, según el Código de los Postuladores, el culto público y eclesiástico que puede darse al nuevo beato incluye otros elementos, como la exposición de su cuerpo en una iglesia pública (bajo el altar o en otro lugar), la conservación de sus reliquias junto con las de los santos, el nimbo alrededor de su cabeza en las imágenes, la dedicación de altares o iglesias en su honor, etc.

Como es sabido, para que un venerable siervo de Dios pueda ser declarado beato, se necesitan dos requisitos: el reconocimiento de las virtudes ejercidas por él en grado heroico y la aprobación de un milagro, realizado por el Señor por su intercesión. Para el venerable Padre Pío ambos requisitos se cumplen. Las virtudes heroicas fueron reconocidas el 18 de diciembre de 1997, con la lectura del correspondiente decreto ante el Santo Padre, en la sala del Consistorio en el Vaticano. 

El milagro ha sido reconocido por el Papa después de su aprobación por las tres comisiones canónicamente necesarias. La Consulta medica de la Congregación para las causas de los santos, reunida el 30 de abril de 1998, analizó la curación de Dª Consiglia De Martino, que sufría de 'rotura traumática del conducto torácico al cuello', ocurrida el 3 de noviembre de 1995, y con opinión unánime (5 de 5) consideró la misma 'científicamente inexplicable". La Comisión teológica, formada por el Promotor general de la fe y por seis consultores teológicos, el 22 de junio de 1998 analizó ese mismo hecho extraordinario y, después de un exhaustivo debate, expresó un claro affirmative (7 de 7), calificándolo de milagro de tercer grado o quoad modum. La misma opinión favorable fue emitida por la Comisión de cardenales del mes de octubre del pasado año. Y, por fin, el Papa lo ha reconocido oficialmente como milagro con el decreto del 21 de diciembre de 1998.

Desde un punto de vista canónico, el Padre Pío tiene todas las cartas en regla para ser declarado beato. Pero también, y sobre todo, tiene las cartas en regla desde un punto de vista espiritual y evangélico. En efecto, cumplió fielmente las beatitudes proclamadas por Jesús. Pobre de espíritu, afligido, bondadoso, hambriento y sediento de justicia, misericordioso, puro de corazón, impulsor de la paz, perseguido por defender la justicia. Como aparece documentado en este libro, fue un 'cirineo de todos": generoso colaborador de Cristo para la salvación de sus hermanos. 

San Giovanni Rotondo, 21 de diciembre de 1998, día de la lectura del decreto sobre el milagro. 

Padre Gerardo Di Flumeri 
Vice Postulador Homilía de S.S. 



Juan Pablo II en la beatificación del Padre Pío

domingo 2 de mayo de 1999

Imagen de Cristo Doliente y Resucitado 

1. "¡Cantad al Señor un cántico nuevo!" La invitación de la antífona de entrada expresa la alegría de tantos fieles que esperan desde hace tiempo la elevación a la gloria de los altares del Padre Pío de Pietrelcina. Este humilde fraile capuchino ha asombrado al mundo con su vida dedicada totalmente a la oración y a la escucha de sus hermanos. Innumerables personas fueron a visitarlo al convento de San Giovanni Rotondo, y esas peregrinaciones no han cesado, incluso después de su muerte. Cuando yo era estudiante, aquí en Roma, tuve ocasión de conocerlo personalmente, y doy gracias a Dios que me concede hoy la posibilidad de incluírlo en el catálogo de los beatos. Recorramos esta mañana los rasgos principales de su experiencia espiritual, guiados por la liturgia de este V domingo de Pascua, en el cual tiene lugar el rito de su beatificación.

2. "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mi" (Jn 14, 1). En la página evangélico que acabamos de proclamar hemos escuchado estas palabras de Jesús a sus discípulos, que tenían necesidad de aliento. En efecto, la mención de su próxima partida los había desalentado. Temían ser abandonados y quedarse solos, pero el Señor los consuela con una promesa concreta: "Me voy a preparaos sitio" y después "volveré y os llevare conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros" (Jn 14, 2-3). En nombre de los Apóstoles replica a ésta afirmación Tomás: "Señor, no sabemos a donde vas. ¿Cómo podremos saber el camino?" (Jn 14, 5). La observación es oportuna y Jesús capta la petición que lleva implícita. La respuesta que da permanecerá a lo largo de los siglos como luz límpida para las generaciones futuras. "Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mi." (Jn 14, 6). El "sitio" que Jesús va a preparar esta en "la casa del Padre"; el discípulo podrá estar allí eternamente con el Maestro y participar de su misma alegría. Sin embargo, para alcanzar esa meta solo hay un camino: Cristo, al cual el discípulo ha de ir conformándose progresivamente. La santidad consiste precisamente en esto: ya no es el cristiano el que vive, sino que Cristo mismo vive en él (Cf. Gal. 2, 20) horizonte atractivo, que va acompañado de una promesa igualmente consoladora: "El que cree en mi, también hará las obras que yo hago, e incluso mayores. Porque yo me voy al Padre" (Jn 14, 12). 

3. Escuchamos estas palabras de Cristo y nuestro pensamiento se dirige al humilde fraile capuchino del Gargano. ¡Con cuanta claridad se han cumplido en el Beato Pío de Pietrelcina! "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios...". La vida de este humilde hijo de San Francisco fue un constante ejercicio de fe, corroborado por la esperanza del cielo, donde podía estar con Cristo. "Me voy a prepararos un sitio (...) Para que donde estoy yo estéis también vosotros". ¿Qué otro objetivo tuvo la durísima ascesis a la que se sometió el Padre Pío desde su juventud, sino la progresiva identificación con el divino Maestro, para estar "donde esta él"? Quien acudía a San Giovanni Rotondo para participar en su misa, para pedirle consejo o confesarse, descubría en el una imágen viva de Cristo doliente y resucitado. En el rostro del Padre Pío resplandecía la luz de la resurrección. Su cuerpo, marcado por las "estigmas" mostraba la íntima conexión entre la muerte y la resurrección que caracteriza el misterio pascual. Para el Beato de Pietrelcina la participación en la Pasión tuvo notas de especial intensidad: los dones singulares que le fueron concedidos y los consiguientes sufrimientos interiores y místicos le permitieron vivir una experiencia plena y constante de los padecimientos del Señor, convencido firmemente de que "el Calvario es el monte de los santos." 


4. No menos dolorosas, y humanamente tal vez aún más duras, fueron las pruebas que tuvo que soportar, por decirlo así, como consecuencia de sus singulares carismas. Como testimonia la historia de la santidad, Dios permite que el elegido sea a veces objeto de incomprensiones. Cuando esto acontece, la obediencia es para el un crisol de purificación, un camino de progresiva identificación con Cristo y un fortalecimiento de la auténtica santidad. A este respecto, el nuevo beato escribía a uno de sus superiores: "Actúo solamente para obedecerle, pues Dios me ha hecho entender lo que más le agrada a El, que para mi es el único medio de esperar la salvación y cantar victoria." (Epist. I. p. 807). Cuando sobre el se abatió la "tempestad", tomo como regla de su existencia la exhortación de la primera carta de San Pedro, que acabamos de escuchar: Acercaos a Cristo, la piedra viva (Cf. 1 P 2, 4). De este modo, también el se hizo "piedra viva" para la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. Y por esto hoy damos gracias al Señor. 

5. "También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu. (1 P 2, 5). ¡Qué oportunas resultan estas palabras si las aplicamos a la extraordinaria experiencia eclesial surgida en torno al nuevo beato! Muchos, encontrándose directa o indirectamente con el, han recuperado la fe; siguiendo su ejemplo, se han multiplicado en todas las partes del mundo los "grupos de oración". A quienes acudían a el les proponía la santidad, diciéndoles: "Parece que Jesús no tiene otra preocupación que santificar vuestra alma." (Epist. II, p. 153). Si la providencia divina quiso que realizase su apostolado sin salir nunca de su convento, casi "plantado" al pie de la cruz, esto tiene un significado. Un día, en un momento de gran prueba, el MaestroDivino lo consoló, diciéndole que "junto a la cruz se aprende a amar." (Epist. I, p. 339). Sí, la cruz de Cristo es la insigne escuela del amor; mas aún, el "manantial" mismo del amor. El amor de este fiel discípulo, purificado por el dolor, atraía los corazones a Cristo y a su exigente evangelio de salvación. 

6. Al mismo tiempo, su caridad se derramaba como bálsamo sobre las debilidades y sufrimientos de sus hermanos. El padre Pío, además de su celo por las almas, se intereso por el dolor humano, promoviendo en San Giovanni Rotondo un hospital, al que llamo "Casa de alivio del sufrimiento". Trato de que fuera un hospital de primer rango, pero sobre todo se preocupo de que en el se practicara una medicina verdaderamente "humanizada", en la que la relación con el enfermo estuviera marcada por la más solicita atención y la acogida mas cordial. Sabía bien que quien está enfermo y sufre no sólo necesita una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino también y sobre todo un clima humano y espiritual que le permita encontrarse a si mismo en la experiencia del amor de Dios y de la ternura de sus hermanos. Con la "Casa del alivio del sufrimiento" quiso mostrar que los "milagros ordinarios" de Dios pasan a través de nuestra caridad. Es necesario estar disponibles para compartir y para servir generosamente a nuestros hermanos, sirviéndonos de todos los recursos de la ciencia medica y de la técnica. 

7. El eco que esta beatificación ha suscitado en Italia y en el mundo es un signo de que la fama del Padre Pío, hijo de Italia y de San Francisco de Asís, ha alcanzado un horizonte que abarca todos los continentes. A todos los que han venido, de cerca o de lejos, y en especial a los padres capuchinos, les dirijo un afectuoso saludo. A todos, gracias de corazón. 

8. Quisiera concluir con las palabras del Evangelio proclamado en esta misa: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios". Esa exhortación de Cristo la recogió el nuevo beato, que solía repetir: "Abandonaos plenamente en el Corazón Divino de Cristo, como un niño en los brazos de su madre". Que esta invitación penetre también en nuestro espíritu como fuente de paz, de serenidad y de alegría. ¿Por qué tener miedo, si Cristo es para nosotros el camino, la verdad, y la vida? ¿Por qué no fiarse de Dios que es Padre, nuestro Padre? "Santa María de las gracias", a la que el humilde capuchino de Pietrelcina invocó con constante y tierna devoción, nos ayude a tener los ojos fijos en Dios. Que ella nos lleve de la mano y nos impulse a buscar con tesón la caridad sobrenatural que brota del Costado Abierto del Crucificado. Y tú, Beato Padre Pío, dirige desde el cielo tu mirada hacia nosotros, reunidos en esta plaza, y a cuantos están congregados en la plaza de San Juan de Letrán y en San Giovanni Rotondo. Intercede por aquellos que, en todo el mundo, se unen espiritualmente a esta celebración, elevando a ti sus súplicas. Ven en ayuda de cada uno y concede la paz y el consuelo a todos los corazones. 
Amén.

0 comentarios:

Publicar un comentario