domingo, 16 de septiembre de 2012

Los estigmas


La palabra estigma viene del griego y significa marca o señal en el cuerpo y era el resultado del sello de un hierro candente con el cual se marcaba a los esclavos.

En sentido médico estigma quiere decir una mancha enrojecida sobre la piel que es causada porque la sangre sale de los vasos por una fuerte influencia nerviosa, pero que nunca llega a perforarse.
En cambio, los estigmas que han tenido los místicos son lesiones reales de la piel y de los tejidos, llagas verdaderas como las han descrito los doctores Romanelli y Festa, en el caso de Padre Pío.

El vicepostulador de la Causa de canonización de Padre Pío divide la estigmatización del Sacerdote Capuchino en 2 periodos: uno de preparación al grande fenómeno, que duró 8 años, (septiembre de 1910 - septiembre de 1918), en el que los estigmas eran invisibles, aunque no por ello menos dolorosos y el segundo, desde el 20 de septiembre de 1918 hasta el 23 de septiembre de 1968 en el que las llagas aparecieron visibles, vivas y sangrantes en sus manos, pies y costado.

 Jesús crucificado, en pleno siglo XX, tiempo de progreso, de esclavitud a las máquinas y del ateísimo, quiso llevarnos visiblemente al recogimiento y al recuerdo de su pasión. Quiso medir a Padre Pío e identificarlo consigo en el sufrimiento íntimo y escondido, por lo que le mandó desde 1910 los estigmas invisibles y algunos años después, los visibles, que duraron hasta su muerte.

Era el 20 de septiembre de 1918, un poco antes del medio día, un grito angustioso  hizo correr a los frailes al Coro en la Capilla de Santa Maria de la Gracia.
¡Milagro!, Padre Pío estaba extendido sobre el piso, como muerto, herido en las manos, en el corazón y los pies. De las heridas brotaba sangre.

Él mismo escribía: "Era la mañana del 20 del mes pasado, en el coro, después de la celebración de la Santa Misa, cuando fui sorprendido por un descanso, semejante a un dulce sueño... ví frente a mí a un misterioso personaje, me di cuenta de que mis manos, pies y costado estaban perforados y que brotaba sangre. Podéis imaginar el afán que experimenté entonces y que he venido experimentando continuamente casi todos los días. De la herida del corazón brota sangre constantemente, especialmente desde el jueves hasta el sábado...”
Rayos invisibles de amor, como dardos, habían salido de las 5 llagas santas del Crucifijo que se veía enfrente.

La noticia se difundió rápidamente por todo el mundo y provocó sentimientos de entusiasmo. Su fama de santo religioso que siempre había tenido, se volvió desbordante y atrajo la atención de las multitudes, suscitando inquietantes problemas para la Iglesia y  para la ciencia.

Vinieron al Convento creyentes e incrédulos. Personalidades de todos los rangos se le acercaron: familias reales, grandes estadistas, altos prelados de la Iglesia, hombres de arte y de cultura y millones de personas de todas las razas. A todos Padre Pío les dio directrices para la vida de su espíritu y les enseñó con sus exhortaciones y su ejemplo, que la oración debe ser el fundamento de nuestra vida.

A pesar de a gran cantidad de gente que venía a verlo, de la curiosidad, las polémicas y de los debates a su alrededor, Padre Pío atendía con humildad, perseverancia y obediencia sus tareas de sacerdote: en particular la celebración de la Santa Misa y las confesiones. Estas últimas se volvieron tan importantes por su número que lo obligaban a una rutina agotadora. Sus confesiones, como un inmenso imán, atraían a miles de hombres de toda Italia y del extranjero, obligando a Padre Pío a estar en el confesionario por larguísimas horas. Más que un tribunal, su confesionario era una clínica para las almas que querían volver a Dios. Padre Pío podía leer en el alma de cada persona. Su legendaria facultad de introspección dejaba desconcertados a los que se le acercaban con la intención de esconderle algo grave. Resistía increíblemente a los cansancios, a pesar de su habitual escasez de comida.
Con el don de los estigmas, inició el calvario de Padre Pío. Un calvario físico notable porque al fuerte dolor que le provocaban las heridas, se agregaba la falta de fuerzas causada por la pérdida de sangre. Pero su calvario más difícil de soportar fue el espiritual, provocado por la reacción de ciertas personas mientras la noticia de los estigmas se difundía. Muchos fueron  los escépticos, muchos duraron de la veracidad del fenómeno.

En varias ocasiones Padre Pío había criticado a algunos sacerdotes con los que no estaba de acuerdo con su comportamiento y se había creado enemigos, sobre todo en el clero secular. Uno de sus más acérrimos enemigos fue el Arzobispo de Manfredonia, quien declaró que Padre Pío estaba “endemoniado”. En ese momento la Santa Sede tuvo que profundizar el caso del sacerdote estigmatizado, con la cautela  que le es propia y también con la severidad que no puede faltar en los organismos que operan en el difícil campo de los fenómenos sobrenaturales que pueden crear en los fieles grandes turbaciones. Médicos y hombres de ciencia comenzaron a ir a San Giovanni Rotondo enviados por el Vaticano y por organismos religiosas listos para indagar y hacer declaraciones durísimas para desmitificar los estigmas “concedidos” a Padre Pío. Los reportes eran variados. Hubo quien decía que se trataba de fenómenos sobrenaturales y otros que decían que era una manifestación morbosa de histerismo. La veracidad de la naturaleza sobrenatural de los estigmas era aceptada difícilmente. Seguían las dudas y por supuesto, las visitas de control.

En 1923, durante el pontificado del Papa Pío XI, los superiores de Padre Pío, en su prudencia, consideraron segregarlo, prohibiéndole celebrar misas en público, confesar y escribir. Él aceptó todo, de Dios y de los hombres, con resignación y con alegre serenidad pues sabía que era un hombre privilegiado. La prohibición fue revocada el 16 de julio de 1933, ya que muchos observadores enviados por Su Santidad se expresaron en su favor declarando que los estigmas no eran el producto de un traumatismo externo, ni eran consecuencia de la aplicación de sustancias químicas, que nunca dieron lugar a fenómenos supurativos y nunca lograron cicatrizar, ni con ayuda de la ciencia, ni por la naturaleza. El Papa dio ordenas al Santo Oficio que emitiera un decreto que autorizaba a Padre Pío para celebrar misa y, un año después llegó el permiso para volver a confesar.

Padre Pío es el primer sacerdote estigmatizado y el Santo que ha llevado por más tiempo los estigmas de Jesús (50 años)

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