y
acostado en un pesebre (Lc 2,12)
El Padre Pío,
desde la más tierna edad, y con un atractivo muy especial, se sintió fascinado
por el misterio de Navidad.
Desde algunos
días antes de esta fecha, en Piana Romana, mientras sus padres trabajaban en el
campo, modelaba con barro las pequeñas imágenes del nacimiento; las colocaba en
una pequeña gruta excavada en la pared más grande de la casa, y, con genial
creatividad, preparaba las lucecitas, llenando con unas pocas gotas de aceite y
un poco de estopa las conchas vacías de los caracoles, que elegía con atención
entre las más bellas y que limpiaba por dentro, o, mejor, que hacía limpiar a
su amigo Luis Orlando, ya que «no tenía el coraje de llevar a cabo esta
operación».
Después,
colocaba alrededor de la gruta grandes trozos de musgo que sacaba del tronco de
los árboles con un cortaplumas. Y permanecía horas y horas delante del
nacimiento, cantando nanas y rezando el Ave María.
De mayor,
contaba los días que faltaban para Navidad. Enviaba a todos sus augurios de
paz, de serenidad, de alegría.
«El celeste Niño te conceda experimentar en tu corazón
todas las santas emociones que me hizo gozar a mí en la bienaventurada noche,
cuando fue colocado en el pobre portal» (Epist. I,981).
«Un rayo del gran misterio de amor os invada a todos y
os transforme en él» (Epist. IV,275).
«El divino Infante renazca en su corazón, lo transforme
con su santo amor y le haga digno de la gloria de los bienaventurados» (Epist.
IV,214).
«El celeste Niño esté siempre en su corazón, lo
gobierne, lo ilumine, lo vivifique, lo transforme en su eterna caridad» (Epist.
IV,508).
En Navidad, el
rostro del Padre Pío se iluminaba. Sus labios dibujaban sonrisas de alegría. Su
corazón no lograba contener la ternura, el amor por Jesús Niño. Se detenía
horas y horas delante del nacimiento a meditar las enseñanzas que brotan de la
gruta de Belén. Cada gesto manifestaba la apremiante, íntima y sentida devoción
del Padre Pío hacia el Verbo de Dios hecho carne, que «renunció incluso a un
modesto alojamiento entre los parientes y conocidos en la ciudad de Judá y, al
ser rechazado por los hombres, pidió refugio y auxilio a viles animales,
eligiendo su establo como lugar de nacimiento y su aliento para calentar su
tierno cuerpecito» (Epist. IV,971, ed.1991).
En los días
que precedían a Navidad, el Padre Pío escribía a sus hijas espirituales
mensajes como éstos:
- «Al comenzar
la santa novena en honor del santo Niño Jesús, mi espíritu se ha sentido como
renacer a una vida nueva; el corazón se siente demasiado pequeño para contener
los bienes del cielo; el alma se siente deshacerse completamente ante la
presencia de nuestro Dios, que se ha hecho carne por nosotros.
¿Cómo
resignarse a no amarlo cada día con nuevo entusiasmo?
Oh,
acerquémonos al Niño Jesús con corazón limpio de culpa, que, de este modo,
saborearemos lo dulce y suave que es amarlo» (Epist. II,273).
- Estate muy
cerca de la cuna de este gracioso Niño... Si amas las riquezas, aquí
encontrarás el oro que los reyes magos le dejaron; si amas el humo de los
honores, aquí encontrarás el del incienso; y si amas la delicadeza de los
sentidos, sentirás el olor de la mirra, que perfuma por entero la santa gruta.
Sé rica de
amor hacia este celeste Niño, respetuosa en la actitud que tomes ante él en la
oración, y plenamente dichosa al sentir en ti las santas inspiraciones y los
afectos de ser singularmente suya» (Epist. III,346s).
(Tomado de LA
VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)
1 comentarios:
AMÉN.
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