jueves, 21 de septiembre de 2017

Las llagas del Padre Pío


Desaparición de las llagas.

Las llagas fueron el más fehaciente testimonio, las mejores cartas credenciales, que ofreció el padre Pío para acreditar ante el mundo la Grandísima Misión que Dios le había encomendado. Cuando esta Misión se cumplió, las llagas desaparecieron.

¿Cómo ocurrió fenómeno tan extraordinario?

El hecho de la desaparición de las llagas es absolutamente cierto. Antes de morir, no sólo desaparecieron las llagas del padre Pío, sino que no dejaron ni la menor huella de cicatriz en los lugares donde anteriormente estuvieron. Consta todo esto de forma incontrovertible, por los testimonios siguientes:

·       Por muchas fotografías obtenidas por diferentes fotógrafos en diversas ocasiones.

·       Por el testimonio del médico asistente al amortajamiento del cuerpo muerto del padre Pío.

·       Por el testimonio unánime de los religiosos que presenciaron el amortajamiento.

En efecto, poseemos una documentación filmística realizada el día 22 de septiembre por el profesor Francisco Lotti, médico quirurgo de la Casa Sollievo, que fotografió en film la última misa celebrada por el padre Pío.

El operador se hallaba a corta distancia del celebrante y pudo recoger en película de colores la completa desaparición de las costras o postillas que antes aparecían sobre el dorso de las manos; la epidermis se presentaba ahora rosácea, íntegra, sin señal alguna de serosidades hemáticas, esto es, de sangre coagulada; la superficie del dorso de la mano derecha no presentaba en las fotografías ni lesiones, ni coágulos hemáticos, ni resto alguno de cicatriz.
           
Por el contrario, la palma de la mano izquierda presentaba restos de sangre o, para ser más exactos, una costra hemática con el aspecto característico de una mancha roja oscura, redondeada, aproximadamente de dos o tres centímetros de diámetro[1]. (Esta costra se desprendió después, sin dejar tampoco señal alguna de cicatriz).

Este mismo resultado fue obtenido por las numerosas fotografías conseguidas en la misma ocasión por el fotógrafo Elías Stellato.
           
A las veinte horas de obtenidas, se hizo el reconocimiento detallado del cuerpo del padre Pío, ya difunto; intervino también un fotógrafo, el padre Giacomo de Montemarao, fijándose principalmente en los lugares donde había tenido llagas; se observa claramente en estas fotografías, que se han hecho públicas, la ausencia, no sólo de costras o de coágulos hemáticos secos, sino la carencia del más leve rastro de cicatriz; la piel aparece limpia y tersa, como si nunca hubiera habido llagas o heridas de ningún género. El testimonio fotográfico no puede ser más terminante y claro.
           
El médico que presenció el amortajamiento no puede menos de confirmar, de manera total, lo que muestran las fotografías. Dice así el doctor Sala:

“Diez minutos después de muerto, las manos, los pies, el tórax del padre Pío, sostenidos por mí, como resulta de la presencia de mis manos en las fotografías
realizadas, fueron fotografiados por un religioso en presencia de otros cuatro hermanos”.

“Las manos, los pies y el tórax y cualquier otra parte del cuerpo, no presentaban relieves de heridas, ni había huellas de cicatrices en el dorso de las manos y de los pies, o en las palmas de las manos, o en las plantas de los pies, o en el costado; allí, donde durante su vida eran bien visibles y bien delineadas las heridas, ahora no se percibía el menor detalle”.

“En conclusión: las palmas y el dorso de las manos, el dorso y las plantas de los pies, y el emitórax izquierdo tenían el cutis normal, íntegro, de color uniformemente igual al resto del cuerpo. Estos relieves de las llagas que tenía durante su vida y que han desaparecido totalmente a su muerte, deben considerarse como un hecho fuera de toda tipología de comportamiento clínico y de carácter extranatural[2]”.

Valgan por los cuatro religiosos que presenciaron el amortajamiento del padre Pío, la constatación del propio Superior, el padre Carmelo de San Giovanni in Galdo, quien afirma lo siguiente:

“Apenas muerto el padre Pío, en la mañanita del día 23 de septiembre de 1968, consciente de que tendría que dejar una constatación oficial y autorizada de todos estos acontecimientos referentes al padre Pío, quise, de propósito, juntarme con otros testigos, observar de cerca las llagas y, en efecto, debo atestiguar que las manos no se presentaban como en otras ocasiones las había visto, sino que las heridas, tanto de las manos como de los pies y del costado, habían desaparecido completamente sin dejar señal ni huella de cicatrices”.




“Este fenómeno tan extraño presenta aspectos verdaderamente misteriosos, sea que nos fijemos en la simple ausencia de las llagas, como en la carencia de cualquier señal o rastro de cicatriz que, naturalmente, debía haber quedado”.

“La noche del 23 de septiembre de 1968, al practicar los piadosos deberes que se acostumbran hacer con todos los religiosos difuntos, se separó de la mano izquierda del padre una pequeña película blanca, último resto de la sangre derramada”.

“Otra película parecida a ésta, pero mucho mayor, cayó de sus manos en la sacristía la mañana del día precedente, 22 de septiembre, en el momento en que el padre Pío se quitaba los guantes para celebrar la santa misa”.

“La una y la otra se conservan en el archivo conventual de San Giovanni Rotondo[3]”.

El padre Superior impuso a los religiosos, bajo precepto grave de obediencia, el no tocar para nada las manos, los pies y el costado del padre Pío, a fin de no dar ningún posible motivo para hacer manifestación alguna sobre la desaparición de las llagas.


¿Cuándo desaparecieron las llagas?

Nos adelantamos a exponer el parecer del padre Superior, testigo bien cualificado de todo esto.

“Las llagas del padre Pío, dice, comenzaron a cerrarse y a reducir la afluencia de sangre dos o tres meses antes de su muerte, hasta que el día de su defunción se cerraron de tal forma que no dejaron ni el menor vestigio de cicatriz[4]”.

El médico, don José Sala, nos confirma en lo mismo:

“Las manos y los pies del padre Pío estaban siempre hinchados, mientras tenían las llagas, en particular los pies, y principalmente el izquierdo, pero no con el color cárdeno azulado, cianítico que deberían tener”.

“Sólo algunos meses antes de la muerte se presentaban los pies secos y no se notaban ya los relieves anteriormente marcados por las llagas, hasta el momento al que nos hemos referido”.

“Las manos mantuvieron las características de siempre, con los realces o prominencias claras, hasta los días anteriores a la muerte[5]”.

El padre Pellegrino, por su cuenta, nos proporciona estos interesantes datos:

“En los tres últimos años de su vida, estuve yo junto a él y he podido notar cómo iba desapareciendo de los pies la esquimosis o costra formada por la sangre coagulada. Tenía el padre una sensibilidad extraordinariamente fina en los pies, de tal forma que sentía yo verdadero pánico cuantas veces me veía en la precisión de ponerle o de acomodarle las sandalias; bastaba pasar ligeramente un dedo sobre el dorso de los pies, para causarle un dolor que se traslucía en seguida en una mueca de sufrimiento en su rostro”.

“Los que estábamos encargados de atender al padre Pío, es decir, el padre Honorato, el padre Alejo y yo, habíamos notado que los pañuelitos con que se cubría la llaga del costado los entregaba cada vez con menos manchas de sangre”.

“El día 22 de septiembre de 1968, mientras el padre Pío celebraba la última misa, cayeron de sus manos postillas o costras casi totalmente blancas; es decir, no hay color de sangre. La mañana del día 23, mientras el doctor Sala y yo preparábamos su cuerpo exánime, cayó de su mano izquierda la última postilla[6]”.

Por lo demás, hay un testimonio afirmativo terminante sobre la existencia de sus llagas; data del mes de febrero de este año de 1968; es del padre Alejo:

El padre Pío había sufrido uno de aquellos vértigos o desmayos que le daban ya con cierta frecuencia; estaba en este momento con las manos sin guantes y, al ayudarlo, se las vi claramente empapadas en sangre”.

“Las llagas, vistas desde la parte superior de las manos, eran profundas como de un centímetro y estaban cubiertas de una amplia y espesa costra; en estas llagas pude observar sangre semicoagulada que limpié con mucho cuidado y delicadeza. No me esmeré demasiado en limpiar toda la sangre coagulada porque me di cuenta de que cualquier tacto o movimiento le producían espasmos y dolores muy fuertes[7]”.

El padre Pellegrino, por su parte, atestigua haber visto muchas veces las llagas de las manos del padre Pío. De la llaga del costado nos dice lo siguiente, sin hacer mención exacta del mes o del día en que la vio; sólo afirma que este suceso ocurrió en 1968:

“Sólo una vez tuve la fortuna de ver la llaga del costado en 1968; un día en el que el padre Pío tuvo la necesidad de acomodarse la elástica y no tuvo más remedio que descubrirse el torso; era una llaga de unos siete centímetros de longitud por dos o tres de anchura; me pareció muy profunda; en aquel momento no derramaba sangre[8]”.



Durante este año 1968, las fuerzas y las energías del padre Pío iban cayendo de forma vertical. En los últimos días de marzo no pudo celebrar la misa, “porque no podía arrastrar los pies”. En julio sufrió un colapso alarmante. Un mes antes de la muerte del padre, se difundió, entre los asistentes a su misa, el rumor de que iban desapareciendo, poco a poco, las llagas de sus manos; notaban que el padre Pío, antes tan cuidadoso y hasta celoso en esconder las llagas de sus manos con las mangas del alba, dejaba ahora que sus manos se pudieran ver libremente. El padre Pellegrino declara que, en los últimos meses, ya no derramaba sangre propiamente dicha de sus llagas, sino suero sanguíneo sin coágulos rojos.
           
Nota el padre Carmelo, su Superior, que, un mes antes de su muerte, al tomarle o besarle las manos, no notaba ya las costras o relieves de sangre que antes tan claramente sobresalían en el dorso o en la palma de la mano, bajo los guantes. De la llaga del costado quedó, antes de morir, una línea roja como si fuera marcada con tiza o lápiz rojo, que, al final, también desapareció[9].


¿Por qué causa desaparecieron las llagas del padre, al morir?

¿Qué pensar ahora del proceso de la desaparición de las llagas? ¿Por qué desaparecieron las llagas precisamente en los días anteriores a su muerte, hasta no dejar la menor huella ni rastro alguno de cicatriz?

Ante todo, dejemos consignado el parecer del médico que lo asistió:

“Estos relieves o resaltes de las llagas que el padre Pío tenía durante su vida y que desaparecieron a su muerte, se deben considerar como un hecho extraño a toda tipología de procedimiento clínico y son de carácter extranatural[10]”.

El padre Carmelo, Superior del convento, se atreve a lanzar varias hipótesis:

·       El padre Pío habría pedido a Dios que, a su muerte, desaparecieran totalmente las llagas de su cuerpo y Dios lo escuchó; fue dignación del Señor concedérselas en vida, para perenne recuerdo de la Pasión de Cristo y para acreditar ante los hombres la misión recibida. Como sabemos, él intentó, por todos los medios, ocultar este don de Dios, que era para él motivo de inmensa confusión y vergüenza.

·       En los días de su debilidad senil, y mucho más en su muerte, no podía ni ocultar, ni administrar este don de Dios. El Señor lo oyó e hizo que, poco a poco, desaparecieran las llagas, de tal forma que, al ocurrir la muerte, no quedó rastro alguno ni señal de las mismas.

·       El padre Pío recibió las llagas, principalmente, para sí mismo, con el fin de hacerle el Señor participante de forma viva y continuada de los sufrimientos de la Pasión de Cristo.


·       La víctima fue consumándos,e poco a poco, durante los cincuenta años que duraron las llagas; el corazón no lanzaba ya más sangre y entonces las fuentes del sacrificio, sus llagas sangrantes, desaparecieron.

¿Qué grado de sobrenaturalismo hay en todo esto?

¡Sólo Dios lo sabe! Desde luego, queda siempre como algo misterioso e inexplicable la ausencia total de cicatrices a la hora de su muerte.

·       La vida del padre Pío se desarrolla en las cumbres de lo místico, de lo realmente extraordinario y maravilloso; su vida es un verdadero misterio. Para comprenderla hay que recordar que, sobre la contextura extraña de su vida, por encima de todas las obras que realizó, sobre todo esto, el punto que corona su vida es la misión redentora a la que oe asoció Cristo nuestro Señor.

·       El padre Pío es el cirineo de Cristo. Es la víctima asociada a Cristo de la manera más viva, más sangrante, más real.

·       Toda su vida es un estado de victimación perfecto al que se dignó asociarlo nuestro Señor. El misterio de la Cruz penetra en lo más profundo de la vida del padre Pío.

Ahora bien: así como Jesús sublimó su estado de victimación hasta cumbres imponderables durante el proceso de su Pasión, para terminar en la soledad total, en el abandono aparente de Dios cuando llegó a exclamar: “Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?”, de manera parecida pudo ocurrir en los últimos meses de la vida del padre Pío. Se ha repetido muchas veces que el padre Pío sentía como un dardo punzante, como un clavo, según él decía, ese sentimiento de abandono de parte de Dios, porque la ausencia de Dios constituía para él el mayor tormento. Esta obsesión le quitaba la tranquilidad.

Apliquemos todo esto a sus llagas:

Al sentir él, de forma palpable, experimental y personal, que las llagas desaparecían de su cuerpo, le parecía que el abandono de Dios era absoluto, definitivo. Dios le retiraba su
signo, sus llagas; le arrebataba el argumento visible de la presencia divina en él; esta consideración lo abisma en la más profunda desolación. Se considera ahora como el desechado de Dios, el rechazado por la misma bondad de Dios. Esto lo sume en la soledad más completa, en la negrura más amarga, en la nada total. La desaparición de las llagas habría sido para él como el golpe final dado a este terrible clavo que tanto lo había torturado durante su vida: el pensamiento de estar abandonado de Dios.

Desde luego, todo esto es una mera hipótesis que queda escondida en el misterio de Dios; no tenemos ciertamente pruebas para comprobarla; sólo lo sospechamos, atendiendo a las oleadas de penas exteriores e interiores que llovieron sobre él, al estado



de tristeza y de abatimiento que dominaba el alma del padre Pío en estos terribles diez últimos años de su vida y, en especial, en los tres últimos.

Las desorientaciones, las arideces de muerte, los escrúpulos incesantes y, sobre todo, esos temores penetrantes como “dardos” de que estaba abandonado de Dios, todo esto caía, como una losa, sobre el alma del padre Pío, hasta sumirlo en un abismo negro y oscuro como la propia nada[11].

Era el modo de penetrar, como Jesús, en la gloria triunfante de la Resurrección y de la posesión infinita de ese ser que tanto temió perder.

“Jesús, su querida Madre y el mismo Ángel Custodio, me están animando y no cesan de repetirme que es preciso que la víctima, para considerarse verdaderamente tal, derrame y pierda toda su sangre[12]”.

81 años cumplidos tenía el padre Pío, cuando llegó a consumarse la victimación total y perfecta de su sacrificio.




[1] Lotti, Francesco. - Relazione... Ms, f 16, citado en Riese Pio X, F. - Op. cit. p 451.
[2] Cfr. íntegro este testimonio del doctor Sala, en Ripabottoni, A. - Op. cit. p 562-563.
[3] Cfr. también este testimonio en Ripabottoni, A. - Op. cit. p 565.
[4] Cfr. esta testificación en Ripabottoni, A. - Op. cit. p 565
[5] Ripabottoni, A. - Op. cit. p 562.
[6] Ripabbotoni, A. - Op. cit. p 562.
[7] Riese Pio X, F. - Op. cit. p 451.
[8] Ripabottoni, A. - Op. cit. p 569.
[9] Ripabottoni, A. - Op. cit. p 558-559.
[10] Ripabottoni, A. - Op. cit. p 562.
[11] Ripabottoni, A. - Op. cit. p 568-569.
[12] Epistolario I. Carta n 104, p 314-315.

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